Una camiseta blanca, impoluta, la de Antonio Puchades, y un guante, con la firma de Antonio Reig Rovellet, componen dos de mis fetiches más estimados. Por el de Sueca sentí enorme admiración desde aquellos días en que con pantalón corto le veía jugar en Mestalla. Por Rovellet, sentí admiración más tardía porque al trinquet se suele acudir después.

De niño en el patio de la escuela se jugaba al fútbol, pero también a llargues. En mis años juveniles también aproveché algunos veranos en Chella para jugar al raspall. Probablemente tengo alma rústica porque no he dejado de considerar al deporte autóctono con más generosidad que lo hacían, y tal vez lo hacen, gentes que ven en el la lacra de ser propio de «gent de got i ganivet». Afortunadamente, la pilota empieza a ser considerada actividad lúdica y formativa físicamente. Ya hay muchas gentes que la consideran actividad que merece tanta protección como cualquier otro deporte. Desgraciadamente, durante muchos años, y no estoy seguro de que no ocurra todavía, ha habido más dineros de la Administración para deportes foráneos, no todos ellos merecedores de su protección y fomento, que para la pilota, cuyas raíces están en Grecia y Roma madres de nuestra cultura.

La pilota ha sido siempre cuestión de iniciados y pocas veces de elites pese a que Luis Vives en Diálogos habla del Trinquete de Caballeros. El juego de pelota es popular y está en la entraña de costumbres ancestrales. Perderla habría sido espanto.

Este periódico mantiene el buen hábito de informar de los acontecimientos más importantes de las diversas variantes del juego y ello acabará sentando doctrina y llamando a la gente hacia un espectáculo que tiene más emociones e interés que el de los frontones vascos, dicho con todo el respeto. Entre ambos juegos hay una diferencia fundamental: los vascos juegan contra una pared, que siempre devuelve la pelota, y los valencianos se enfrentan hombre contra hombre y la braveza está en la superación del contrario.

Rovellet fue la esencia de la sabiduría, la estética. Juliet era el maestro de la colocación en la cancha y Paco Cabanes Genovés el último gran ídolo, la fuerza de la naturaleza. Hoy, Álvaro representa la facilidad con las dos manos y la potencia por encima de los habitual y Genovés II, la figura emergente. Y entre ellos, Mezquita, que junto a Tato ha sido el primero en ganar tres veces consecutivas el Trofeo Bancaixa.

Mezquita, jugador de invierno, porque en verano carga sus piernas en les treveses del trinquete de Vila-real que controla, es el jugador para buenos aficionados, para quienes saben que la fortaleza no es la única virtud del pilotari.

Mezquita conoce la careta y las ventajas de jugar contra ella, la facilidad en el dau y la habilidad en el rebote. Todo sin grandes aspavientos salvo en los momentos en que el rebote maligno le obliga a contorsiones o espectaculares búsquedas de la pelota.

Mezquita era un caganiu, un ratolí, y casi no ha pasado de ello, cuando le vi por vez primera de la mano de su padre, en el homenaje a Batiste Viñes, el trinqueter de Burriana, maestro en el montaje de partidas y en arrancar los dineros de los apostantes aun en los momentos de mayor duda. Mezquita ya quería ser pilotari y ni siquiera ha heredado la fortaleza física de su padre. Nunca imagine que aquél mocoso pudiera acabar siendo figura. En el Salvador Sagols, trinquete dedicado a Xiquet de Vila-real, Mezquita comparte la administración con las enseñanzas en la escuela de la que es principal protagonista.

Cualquier neófito que se acerque a un trinquete acabará por admirar el juego de los citados más las muchas virtudes de Dani, el mejor mitger del momento, León, Sarasol II, Víctor, Grau, Núñez. Cervera, Tino, Canari, Pigat III y una larga lista de jugadores cuyo futuro es cada vez más próximo.

La pilota es todavía deporte sin grandes masas detrás aunque en ocasiones, como la finales de los grandes trofeos, los trinquetes se quedan pequeños. El futuro está en atraer más gente y conseguir, como en los frontones vascos, como ha hecho el fútbol, que también la mujer se interese.

Tal vez el mañana estará en convertir una de las paredes en enorme cristalera detrás de las cual haya graderío, sin peligro al pelotazo, y debajo, el restaurante en el que terminar la función con la pareja.