David Albelda, de Pobla Llarga, con el seis a la espalda, como Antonio Puchades, de Sueca, perdió por torticeras maniobras de un presidente, quien dejó el club convertido en un solar, y un entrenador que aportó querellas al vestuario, el aprecio del graderío mestallista. Su recurso ante los tribunales, magnificado por enemigos hasta entonces desconocidos, lo convirtió en enemigo del club. Como a otros de la casa, como a otros valencianos y valencianistas, se le atizó considerándole traidor y paradigma del alma perversa.

El caso Albelda sirvió para distraer al personal. Metidos en la dinámica de la persecución al capitán, miles de valencianistas perdieron de vista los auténticos males del club. Fue convertido en muñeco de pim-pam-pum por una directiva que administró a la manera del caudillaje, sistema que contraviene cualquier norma democrática.

Albelda, Cañizares y Angulo, tres emblemas, tres nombres grabados en el murciélago, fueron perseguidos sin una acusación concreta. Fue como si se les aplicara el código de 1939, el de desafectos al régimen, el de auxilio a la rebelión. Albelda tal vez cometió el grave error de manifestarle al presidente, en su despacho ñrofesional, que se había fichado a suplentes y con ello no se mejoraba la calidad del equipo.

Soler contó con el apoyo de ciertos turiferarios que salieron beneficiados del conflicto. Mestalla, afortunadamente, el sábado, ovacionó a quien por historia es su legítimo capitán. Hubo reconciliación y ello ha sido celebrado.

Si Albelda cometió un pecado lo ha purgado. Sería un error considerar que ha sido una absolución para él. También para la parroquia.

Ahora sólo falta que el entrenador coloque a Marchena en su sitio, la defensa, para que el capitán, aunque sin brazalete, siga exhibiendo sus estrellas en el centro del campo.