La entrada al estadio do Bonfim, después de pasar la iglesia donde algunos aficionados rezan antes de los partidos, se hace por debajo de un gran cartel con el escudo del Vitoria en el que se puede leer: Feito de vontade e gloria, un lema que el pequeño José Mourinho se grabó a fuego en su cabeza para convertirse en el entrenador que llena periódicos y monopoliza programas de televisión. Eso es al menos lo que se piensa en el entorno del equipo en el que jugó su padre, Félix Mourinho, y en cuyo ambiente se formó desde el punto de vista deportivo. Al fútbol, amigo de abonar mitos y leyendas, le gusta repetir la idea de que alguien como Mourinho llegó con una misión en la vida: hacerse entrenador y guiar a sus equipos hacia la gloria. Esa opinión, extendida en los alrededores del viejo estadio, contrasta frontalmente con la que tienen del técnico los que fueron sus compañeros en el colegio, que veían en él a un tipo corriente, tenaz, trabajador, pero en quien no se adivinaban unas condiciones tan sobresalientes para alcanzar la gloria. Para ellos era un tipo «normal, como el resto»; en cambio, para los del Vitoria era simplemente «un predestinado».

La niñez del pequeño José Mourinho tuvo lugar en apenas cien metros, los que separan su colegio del campo de fútbol del Vitoria. Su educación la recibió en el Liceu (convertido en la actualidad en Escola Secundaria do Bocage), el lugar en el que, como explica Fernando Tomé –compañero de su padre en el Vitoria de Setúbal y gran amigo de la familia– «decían que iban los niños de dinero de la ciudad». La descripción, a juicio de algunos de sus compañeros, no resulta muy exacta. Paulo Matos –ingeniero que compartió toda el periodo escolar con Mourinho– explica que «en Setúbal en aquellos años había dos colegios: el Liceu y el Industrial. No había diferencias de clase en ellos, pero sí de orientación. Al Liceu iban los que tenían previsto hacer alguna carrera y al Industrial los que apostaban por aprender una profesión. Mourinho, como nosotros, empezó a estudiar en el Liceu porque su familia tenía muy claro desde el principio que debía recibir una formación universitaria».

En la decisión de acudir a ese centro –en el que el viejo campo de tierra en el que jugaba Mourinho ha desaparecido y ha sido reemplazado por varias canchas de baloncesto– influyeron decisivamente dos personas:su madre, María Julia, profesora; y Mario Ascençao Ledo, su tío-abuelo y otro de los elementos que unen a Mourinho al Vitoria ya que Mario Ledo fue presidente del club y miembro de la comisión que se encargó de la construcción del estadio do Bonfim. Ledo era el principal responsable de que los orígenes de la familia del técnico estuviesen muy lejos de ser humildes. Se trataba de un importante industrial del sector de las conservas de pescado, muy bien relacionado con el régimen de Salazar que años después, con la Revolución de los Claveles, perdería parte de su riqueza al ser nacionalizadas sus empresas. Pero a la familia nunca le faltó dinero y siempre disfrutó de una plácida vida en Setúbal.

El Liceu, donde ya no queda nadie que hubiera conocido al Mourinho escolar, observó el nacimiento de un buen estudiante (siempre tuvo buenas notas) y del auténtico competidor. Lo recuerda Pedro Contreras: «Se le notaba desde el comienzo. Era un niño que odiaba perder. Cuando los partidos se ponían complicados para él, la cosa solía terminar mal. En eso no ha cambiado mucho». En el colegio llegaron las primeras competiciones más o menos serias (abundaban los brazos rotos, como el del propio Contreras en un choque con Mourinho) y sobre todo el nacimiento de la obsesión por el fútbol: «Eso se lo notamos todos los que estudiábamos con él —explica Contreras—. Su vida no era muy diferente de la nuestra, jugábamos al fútbol en cualquier sitio, salíamos en pandilla y en verano íbamos a la playa sobre todo a Troia –la península que hay enfrente de Setúbal–. Pero sí es cierto que en él se veía que todo lo focalizaba hacia el fútbol. Le influía mucho lo que veía en casa; su padre había comenzado a desarrollar una carrera como entrenador y a medida que crecía le iba ayudando más, redactaba informes y se iba los fines de semana a ver partidos e incluso a echarle una mano». Esa opinión la refuerza Paulo Matos:«Ya se sabe que cuando eres pequeño juegas a todo, pruebas diferentes deportes, experimentas. Pero en el caso de José era evidente que todo estaba enfocado hacia el fútbol que se llevaba mucha de su atención». Jose Manuel Canavarro, ex secretario de Estado de Educación en Portugal, que también compartió curso con el actual técnico del Real Madrid, va más allá a la hora de describir la relación que Mourinho mantuvo desde niño con el deporte que le iba a convertir en una celebridad: «Recuerdo que tenía una pasión absoluta por el fútbol y que en un tiempo en que era realmente complicado conseguía que le trajeran a Setúbal revistas extranjeras como Onze o France Football. Mourinho es un ejemplo de lo que se puede conseguir gracias al esfuerzo y al trabajo». Esto lo firmaría cualquiera de los que compartió colegio con él: «Era tenaz y trabajador —asegura Paulo Mato— y estoy seguro de que hubiera conseguido triunfar en la profesión que hubiese elegido por ese afán que tenía. Escogió el fútbol y triunfó por su capacidad de esfuerzo, no porque fuese un iluminado".

Enfrente del colegio, en el viejo estadio del Vitoria, las cosas se ven de otra manera. Aquí se habla de trabajo, de esfuerzo, de ganas, pero aparecen otros términos como perspicacia, intuición, inteligencia, predestinación. También cambia el nombre: en el colegio era José; en el campo, Zé Mario, la forma que utiliza la familia para llamarle. Para la gente que le vio llegar al campo de la mano de Félix, su padre, «nació para entrenar». Fernando Tomé, ex compañero de su padre en el glorioso Vitoria de los sesenta —el que ganó dos Copas—– asegura que «se veía desde el principio que era un niño muy despierto, enamorado del juego».".

Una vida en el estadio

Mourinho, al poco de nacer, recibió el carnet de socio del club y su presencia en la vida del Vitoria fue constante durante su infancia. Primero de la mano de su padre que defendió aquella camiseta hasta 1968, cuando el pequeño tenía cinco años. Zé Mario seguía fiel a su cita con el estadio do Bonfim por la proximidad de la escuela y porque su padre mantenía una estrecha relación con los que fueron sus compañeros. Diez años pasaron hasta que su padre se sentó en un banquillo, por lo que durante todo ese tiempo los Mourinho formaban parte del paisaje habitual del estadio setubalense. La familia vivía en Aires, una pequeña localidad a tiro de piedra de Setúbal, apenas cuatro kilómetros. La fachada de la casa permanece exactamente igual a aquella época según explican los vecinos de una calle que soporta un tráfico delirante a cualquier hora del día. Una imagen de Santa Rita figura sobre la puerta de un hogar que sigue perteneciendo a los Mourinho pero donde vive una familia de alquiler. Los ex vecinos de José, como Marcelino, le recuerdan como un niño tranquilo, con la pelota a cuestas esperando el autobús para ir al colegio: «Era como un niño cualquiera de la zona». Pero la ley del silencio se impone en un lugar donde aún vive una tía suya, María Luisa. Ella sufrió la peculiar forma de trabajar de los tabloides ingleses y se ha vuelto muda. Los Mourinho no hablan con la prensa, escapan de ella todo lo posible y entienden que cualquier palabra siempre será utilizada en contra del exitoso nuevo entrenador del Real Madrid. Su propio padre lo admite. Félix Mourinho mantiene sus costumbres de forma escrupulosa. Raro es el día en que no se pasa por el café del estadio de fútbol parta saludar a sus ex compañeros, como Fernando Tomé; a amigos de toda la vida como Gabriel Machado; y a las decenas de aficionados y socios del club que se reúnen para jugar a las cartas en un local en los bajos del estadio. Pero el día que hay periodistas Félix desaparece. A través del interfono de su actual residencia explica que «en el pasado tuve malas experiencias y no quiero que nada afecte a la carrera profesional de José».

El padre del actual entrenador del Real Madrid fue quien vio de forma más clara la capacidad que tenía para entender el juego. Fernando Tomé dice que «disfrutaba con cosas que el resto de niños no hacía como ver entrenamientos, escuchar a los técnicos. Venía solo después del colegio o de visita con su padre y observaba sin parar. Tenía una intuición fuera de lo común, ponía la misma mirada que ahora desde la banda. Estaba claro que iba a dedicarse a entrenar,que nació para eso» Así, cuando Félix comenzó su carrera de entrenador en el Unión de Leiría no dudó en recurrir a la ayuda del joven Mourinho. Tomé también vivió aquella etapa como futbolista ya que se encontraba en el final de su carrera: «Sucedía una cosa muy curiosa. En Leiría había una pista de atletismo alrededor del campo y Zé Mario se sentaba cerca de Félix los días que se acercaba a ver el partido. Cuando quería dar una instrucción a alguien que estaba al otro lado del campo recuerdo que se lo comentaba en voz baja y salía corriendo por la pista, llegaba a la zona del jugador y daba instrucciones. Había un Mourinho dirigiendo el partido en cada una de las bandas» explica entre carcajadas. Aquellos fueron los años en los que padre e hijo estuvieron más separados en los físico, pero más próximos en lo profesional. Su padre entrenaba diferentes equipos, Mourinho tenía que cumplir con sus obligaciones en Lisboa —donde estudiaba lo equivalente a INEF— y al mismo tiempo jugar como juvenil en diferentes equipos del entorno de la capital. Los fines de semana se juntaban para poner en orden sus ideas, para que José le entregase algún informe a Félix o, simplemente, para estar juntos. Sólo coincidieron en el Río Ave cuando uno era un joven aspirante a jugador y otro, entrenador. Félix fue amenazado con el despido el día en que decidió alinear en el primer equipo a Jose. Aquel día acabó la carrera de futbolista, y puede que la inocencia, de quien años después se convertiría en el entrenador mejor pagado del mundo.

Setúbal hoy es una ciudad orgullosa de Mourinho, su nuevo Bocage (el poeta convertido en héroe local cuya imagen aparece en cualquier esquina de la ciudad). Hoy ese papel es para José. Una prueba: este fin de semana la ciudad organiza "la mayor sardinada del mundo". Seis toneladas de pescado van a ponerse a la pancha en un intento por entrar en el Guinness. Pues en cualquier esquina de Setúbal hay alguien que se acerca y susurra: «Dicen por ahí que la primera sardina la va a poner en la plancha el José Mourinho». Y se les llena la cara de felicidad.

Un niño cariñoso y algo reservado

Los que le conocieron desde pequeño insisten en que el pequeño José Mourinho (Zé Mario en su casa) era un niño cariñoso, algo reservado y que sentía verdadera devoción por sus padres a los que apenas dio disgustos durante su niñez como recuerdan amigos, vecinos y conocidos. José Mourinho fue criado dentro de unas profundas creencias religiosas que él ha seguido de forma ferviente a lo largo de su carrera profesional, como se ha puesto de manifiesto en diversas ocasiones.

Un balón de 1962, contribución al museo del Vitoria

La sala de trofeos del Vitoria de Setúbal guarda un objeto que a juicio de los empleados del club prueba la fidelidad y el amor que Mourinho siente por el conjunto que le vio crecer. Se trata del balón con el que en 1962 se inauguró el nuevo campo del Vitoria: el estadio do Bonfim. A la conclusión del partido fue Félix Mourinho el que se lo llevó para casa. Un recuerdo que fue cobrando un importante valor simbólico con el paso de los años y que el pequeño Mourinho veía todos los días en su casa. Un día le prometió a los dirigentes del equipo verdiblanco que ese balón regresaría en algún momento para formar parte del museo. Y cumplió su palabra. Comenzaba su etapa de entrenador cuando Mourinho devolvió el balón al club. «Ese balón le ha visto crecer» —explica Fernando Tomé—. «Es como si él tanmbién estuviese en el museo».