África se prepara para vivir y albergar su primer mundial en pleno proceso de búsqueda de su identidad futbolística. O, mejor dicho, de una nueva identidad.

De momento ya ha pasado por dos estados de ánimo. Primero eran unas marías ante las que el pensamiento era «ahora verás que "pana" les van a meter». Pero después de un cuarto de siglo de irrupción permanente en las grandes citas futbolísticas, el diagnóstico es muy diferente: «son buenísimos... y una banda».

Pero igual que los atletas africanos han conseguido dominarse a sí mismos y ahora son los amos de la pista desde los 800 metros al maratón, el fútbol africano necesita tan sólo un pequeño salto para convertirse en la segunda potencia mundial, esa que le podría chulear a las Américas si no fuera porque Brasil y Argentina van teóricamente a otro nivel. Pero, a partir de ahí, una Nigeria, Ghana, Marruecos y compañía son capaces de enfrentarse sin complejos a paraguayos, chilenos, uruguayos, mexicanos o norteamericanos, donde de momento hacen valer tanto una tradición (bueno, salvo los estadounidenses) como una metodología de la que carecen los africanos, sean magrebíes o subsaharianos.

Nadie duda, a estas alturas, que en África se juega mucho más y mucho mejor que en Asia, donde otros deportes rey estorban al balompié (beisbol, cricket, hockey...) y, por supuesto, que en Oceanía. Y una buena prueba de ello es que la cuota de selecciones participantes se ha multiplicado exponencialmente. Participarán cinco selecciones y la anfitriona.

Condiciones novelescas

El futbolista africano crece en condiciones novelescas, rodeados de miseria, guerras o entreguerras, reyezuelos o dictadorzuelos, más miseria, balones remendados y terreros donde picotean las gallinas. Huidas a Europa, a veces engañados por representantes que se quedan con su dinero en el mismo minuto en el que los dejan tirados en la boca de un metro parisino y, en todo caso, con una nueva generación que crece con botas y balones donados por clubes y Uefas en programas de promoción, a donde llega lo que no se haya quedado en la cuenta corriente de la junta militar de turno. Todo ello aderezado con avalanchas en los estadios, amenazas de muerte a los seleccionados que fracasan y brujos y magias al servicio de las selecciones, coetáneos de mega estrellas occidentalizadas que igual lucen coches de alta gama en sus ciudades europeas de residencia que intervienen en programas de protección a la infancia de su país.

Las selecciones africanas se presentan bajo el diagnóstico de batibles, pero complicadas. Sólo goleables cuando, ya con el marcador en contra, pierden los papeles. Pero ya han dado las suficientes muestras de consistencia como para mirarlas con relajo sólo si está asegurado el pase a octavos de final.

Las primeras crónicas parecen remitir a la carnicería que sufrió Zaire en 1974, que se ha novelado hasta la saciedad: cuando Mobutu prometió a sus jugadores todo tipo de riquezas hasta que Yugoslavia les metió nueve goles, en que pasaron a recibir otro mensaje: «si Brasil os marca más de tres, mejor no volvais». Cagados de miedo, perdieron 3-0, con el no menos célebre episodio del defensa Mwepu, que salíó de la barrera para despejar un libre directo antes de que los brasileños pusieran el balón en juego.

Antes de esta pintoresca aparición, Egipto ya había participado en la cita de 1934 y Marruecos estrenó el casillero de puntos al empatar un encuentro en México 1970. Durante el primero medio siglo mundialista sólo hubo esas presencias, puesto que los africanos tenían que elegir un campeón y jugarse la plaza bien con Asia, bien con europeos. Una discriminación que llevó, por ejemplo, a una espantada general en 1966, donde todo el continente dijo que ahí os quedais y no jugamos.

Un 3-1 que abrió una época

El respeto empezó a ganarse en 1978, cuando Túnez se marchó en primera ronda tras ganar 3-1 a México, perder por la mínima con Polonia y, encerrados en su área, resistir un empate a cero con Alemania. En 1982 crecieron más: Camerún se marchó invicta y Argelia, tras un amaño tan indigno como incomprensible entre Alemania y Austria.

El Mundial de 2006 fue una decepciónEl siguiente salto cualitativo lo dio Marruecos en México 86, al ser la primera selección africana que pasaba ronda y que, además, lideraba grupo (y, ojito, por delante de Inglaterra, Polonia y Portugal).

Cuatro años después se produjo otro shock al plantarse Camerún en cuartos de final, donde cayeron ante Inglaterra en un partido donde tuvieron las semifinales en la mano muchos minutos —Lineker forzó la prórroga a falta de siete minutos—.

Esta gesta la igualó Senegal en 2002, con el añadido de ganar al vigente campeón, Francia, en el partido inaugural. Pero, curiosamente, cuanto más se asienta el fútbol africano de selecciones, menos éxitos suman. El Mundial de Alemania 2006, con récord de participación, fue decepcionante: sólo Ghana pasó a octavos de final.

Con España rechina más la única derrota, la de Nigeria en 1988, pifia de Zubizarreta incluida, que el resto de partidos, saldados con victorias ante Argelia, Suráfrica o Túnez. En las citas olímpicas hay cara y cruz: una victoria ante Ghana camino del oro de 1992 y la derrota en la final de Sidney 2000 ante Camerún.