El traspaso se ha consumado, la España harta de Zapatero y de Rajoy entrega el poder a su selección. Así acaba la transición. Hundidos en economía y favoritos en fútbol, los españoles no sólo cobrarán el doble que los franceses por ganar el Mundial. También tomarán La Moncloa, La Zarzuela y demás palacios de invierno. Ningún ministro es más conocido ni reconocido que el último reserva de Del Bosque.

Si un triunfo en el campeonato planetario no tranquiliza a los mercados sobre la fiabilidad de España, nada lo logrará. De ahí que no estemos preparados para un fracaso en el Mundial, no nos lo podemos permitir. La confianza ciega de Zapatero en el triunfo le ha impulsado a colocar sabiamente el debate del Estado de la Nación en la semana siguiente a la final. De cumplirse los vaticinios futbolísticos más optimistas, el presidente del Gobierno subirá a la tribuna del Parlamento enfundado en la camiseta roja.

El líder socialista está dispuesto a pagar las suculentas primas de su bolsillo aunque, de momento, Del Bosque no considera oportuno alinear a Zapatero por la banda derecha, ahora que ya no es de izquierdas. Mientras tanto, la secretaria de estado de Deportes francesa, Rama Yade, critica a su selección por la pompa de su hotel sudafricano. Nuestros vecinos tienen tan pocas opciones de triunfo que se distraen con inconsecuencias. No han entregado el poder a su selección, porque a nosotros ningún lujo nos parece suficiente.

La historia abunda en precedentes de gobernantes salvados por el fútbol, empezando por la singular Margaret Thatcher. La selección debe cambiar el estado de ánimo de España, aunque en algunos partidos previos ha parecido contagiarse de la desolación nacional. Ha disparado incluso la carga emocional de la población. Sin embargo, no procede alarmarse. La distensión es voluntaria, nos hemos negado a abusar de escuadras como Arabia o Corea del Sur. No somos Israel. Por cierto, ¿durante cuántas horas hay que contemplar a un equipo coreano, antes de singularizar a alguno de sus jugadores? En un Mundial no da tiempo suficiente.

Otros ciudadanos nos aferramos a razones más pragmáticas que patrióticas para respaldar a España. Nuestra limitada ciencia futbolística nos incapacita para hablar de selecciones ajenas, cuanto más para soportarlas en su versión íntegra.