Estoy francamente harto de leer comentarios que glosan la fraternal convivencia de los tres guardametas españoles. No hay que apaciguar a los porteros, hay que enardecerlos siguiendo el mensaje evangélico de que no hemos venido a Sudáfrica a sembrar la paz, sino a ganar la guerra. ¿Por qué deberíamos ser más duros con Zapatero que con Casillas, si el segundo gana cien veces más que el primero? Al margen de la deprimente figura del periodista jugando a pacificador, la condescendencia cursa con efectos letales, según ha demostrado con su autogol el torpe portero inglés Green. Antes de que sea demasiado tarde, España ha de decidir por qué el mejor portero de la Liga no es el idóneo para la selección, y viceversa.

La hipocresía no gana Mundiales. La lucha por la titularidad es a muerte, arrancad del fútbol a los herbívoros. Necesitamos que Valdés ruja de rabia cuando se alinee a Casillas, y que Reina critique los defectos de Sara Carbonero, la primera dama de la selección y la presentadora menos sexy del Campeonato. Un jugador ha de sentirse amenazado para rendir al máximo, las carantoñas entre gladiadores desmerecen el espectáculo. Los titubeos de Casillas demuestran que nada hay más peligroso que un portero enamorado. Los guardametas deben estar felizmente casados, pero no descolocados por una pasión cegadora. Frente a ese conflicto sentimental, al pujante Valdés se le condena a la resignación, en aras de una presunta Pax Hispana. Craso error, porque no se le puede exigir combatividad en el campo a un jugador que no está dispuesto a envenenar la comida de un competidor para ingresar en el once titular.

Sorprende tanta delicadeza en un deporte que se resuelve a patadas. La mentira sobre la fingida concordia de los porteros se extiende al resto de la selección, transformada artificialmente en un colectivo modélico. La patraña ya resultó fatídica cuando Raúl desequilibraba el vestuario, porque los pacificadores lo consideraban imprescindible. Todavía tiemblo al recordar el apabullante 4-0 de Alemania a Australia, en ausencia de Ballack o gracias a ella. Espolearemos al postergado sentenciando que, si Valdés no juega, no habrá ganado el Mundial. Ahí queda eso.