Conocí a Arturo Tuzón el día en que el Valencia ganó la Recopa de Europa, en Bruselas, al Arsenal. Viajó como un aficionado más con el farmacéutico Vicente Nebot, vallduxense con botica en Vila-real. Estaban con ellos sus esposas. Los cinco nos mostramos optimista respecto de la final. Después tuve oportunidad de conocerle mejor y admirar sus conceptos que sobre el fútbol en general, y el Valencia en particular tenía.

En el último café que tomé con él, en el Mercado de Colón, coincidimos en algunas opiniones sobre cuestiones deportivas. Tuzón vivía el Valencia con la intensidad que le reprochaban sus médicos. Tenía el corazón bastante enfermo y ello le obligaba a llevar vida con moderación en todos los aspectos. Hacía la excepción en lo que se refería al Valencia y ello le llevaba a sufrir constantes taquicardias. Seguía sufriendo por cada uno de los desafortunados avatares en que se ha visto envuelto el club en los últimos tiempos. Arturo sabía donde había estado el error, pero ni siquiera en confianza se manifestaba de manera radical. Moderaba sus opiniones.

Tuzón presidió al Valencia en la primera gran crisis de su historia. Descender a Segunda División, lo que no supieron evitar quienes dirigieron el club y tuvieron oportunidad de aplicar una chapuza, como han hecho otras entidades en momentos parecidos, le llevó a plantear una etapa de gobierno estricto en los gastos aunque en ello no se prescindiera del retorno a Primera que se consiguió.

Arturo Tuzón encontró un club con una deuda de más de mil millones de pesetas lo que entonces era gran fortuna. Con su dirección, además de recuperar la categoría futbolística, la sociedad borró los números rojos de sus cuentas.

Con su presidencia, el Valencia reemprendió caminos de grandeza. Algunos de sus sucesores no siguieron su ejemplo. Ahora se impone de nuevo la austeridad. No tuvo sucesores con su mismo sentido común. Fue un gran presidente y, personalmente, mereció toda clase de aprecios. Su memoria debería ser ejemplarizante.