Una mala manera de afrontar un partido de fútbol es desde el miedo depresivo al rival. Un equipo que salta al campo como lo hizo el otro día, por ejemplo, el Racing de Santander ante el Madrid, es carne de matadero. Sólo hubo que escuchar cómo preparaba el choque su entrenador, Miguel Ángel Portugal -ex jugador madridista y militante en la causa-. "Es prácticamente imposible ganar en el Bernabéu; tendríamos que jugar al 110%", profetizó. En efecto: le metieron media docena. El Racing estaba muerto de antemano.

Pero hay otra forma peor de encarar un desafio: desde el desdén al contrincante. Le sucedió el año pasado al propio Madrid con el Alcorcón. Y le ocurrió el pasado sábado al Valencia ante el Mallorca. Aparte del garrafal error arbitral que decantó el partido y la excentricidad táctica de Emery, los jugadores del Valencia dieron por resuelto el envite al estilo Helenio Herrera: sin necesidad de bajar del autobús. Muchos hicieron el calentamiento previo andando y, salvo Jordi Alba y Vicente en la segunda parte, el resto, no se enteró de qué iba la copla. Ignorancia, por cierto, de la que alguno viene haciendo gala desde que aterrizó aquí, por mucho que ahora se reivindique.

Un árbitro puede desbarrar y un entrenador equivocarse. A un futbolista también se le consiente el error. Lo que no se le admite es la cómoda indolencia.