El horario sabatino de las 18 horas en pleno puente de la festividad de Todos los Santos no sentó nada bien en una grada de Mestalla que empieza a acumular gramos de paciencia liguera después de los resultados adversos de los recientes compromisos. Ayer fue el último, menos grave que como comenzó el choque ante el colista Zaragoza, pero un empate en casa y ante diez jugadores los veinte minutos finales, no dejaron feliz a nadie.

Pero no hubo bronca general. Lanzaro y su autogol aplacó unos ánimos que se mueven entre la siempre peligrosa resignación y el enfado puntual. Ayer hubo prácticamente absolución general para todos los protagonistas. Los jugadores salieron inmaculados. A Emery no se le pitó ningún cambio -a pesar de los reproches en sus tardíos movimientos- y tampoco cuando se señaló el minuto 92. Manuel Llorente -acompañado de su fiel Javier Gómez- vio desde su palco cómo varios aficionados -contados- levantaban sus pañuelos en señal de protesta y pitaron en señal de desahogo por el mediocre espectáculo ofrecido en el terreno de juego. Este resultado, en una fase del campeonato más avanzado, hubiera elevado los decibelios. Pero aún es muy pronto y la madurez de Mestalla se impuso sobre los elementos más vehementes.

Y a pesar de que el colegiado vasco expulsó al zaragocista Ánder Herrera de manera rigurosa y benefició al Valencia con su superioridad numérica los veinte últimos minutos, Delgado Ferreiro se llevó todas las dagas. No fue el responsable del empate del choque de ayer, pero exasperó a los valencianistas con su particular forma de aplicar la justicia en determinadas fases del encuentro. También se le pidieron dos posibles penaltis, uno en cada parte, sobre David Navarro y Roberto Soldado, prácticamente en el epílogo del encuentro, que terminaron de focalizar el enfado de Mestalla.

Un gol inesperado

Lo peor que le podía pasar a la grada del Valencia era sentarse en su localidad con un gol visitante recién encajado. Pero, quizás, como el propio equipo, se vivió con indiferencia, con incredulidad, aderezado con los cánticos y ánimo de los incombustibles Gol Gran, impermeables a cualquier contingencia. El tiempo era el mejor bálsamo para un ambiente frío como la de un sábado, en este inhabitual horario impuesto por la televisión y que a muchos le pilló con la digestión en plena ebullición y con caras de modorra.

La misma sensación somnolienta que se plasmó en el frágil césped de Mestalla, donde los albinegros sufrían contra el colista en el primer acto y mientras los socios la tomaban con el colegiado vasco Delgado Ferreiro por sus puntillosas maneras de tratar a los pupilos del discutido Gay en el juego subterráneo. Y hasta que llegó afortunado gol de Lanzaro -emulando al estadounidense del Glasgow Rangers Edu- para evitar el atragantamiento de la merienda del entreacto.

Unai Emery tuvo toda la razón del mundo cuando afirmó en la previa que "para ganar hay que sufrir". Ayer se sufrió para empatar, para evitar la victoria -hubo resoplidos de alivio en una entrada de Miguel dentro del área en una de las acciones finales- y para crear ocasiones claras de gol, que apenas existieron gracias a la disciplina defensiva de un José Aurelio Gay -que ayer salvó su puesto una semana más en el banquillo- y la falta de conjunción entre el medio campo y Aduriz en solitario y, después, con las entradas de Joaquín y Soldado. El sempiterno juicio continúa el martes. Próximo testigo, el Glasgow Rangers.