Si el objetivo, repetido durante toda la semana hasta la saciedad, era limpiar la imagen por la vergonzosa derrota contra el Real Madrid, el Valencia no se dio por aludido. Anoche en Pamplona, el equipo de Unai Emery finalizó el partido con la camiseta, el pantalón y las medias blancas e inmaculadas, sin señal alguna de heridas y batallas. No disparó a puerta, jugó a empatar en el campo de uno de los colistas y acabó, con inapelable justicia, perdiendo. Este Valencia, tan alejado de su historia, agoniza de autocomplacencia y, además, da una emoción innecesaria a un campeonato que creía sentenciado hacia sus intereses. La tercera posición, esa receta mágica que enmudece toda voz crítica, ya no es tan segura. Ahora, el errático Villarreal está a solo tres puntos con cuatro jornadas por disputarse. La reacción es imperativa y debe arrancar desde la actitud, la virtud que democratiza a todos los equipos del mundo, ya sean ricos o humildes, y de la que parece que el Valencia, aburguesado y sin apetito, se ha olvidado.

Ya desde la primera mitad, y durante el resto del encuentro, fue un partido de perspectiva falsa, un trampantojo en el que el equipo inferior, en posiciones de descenso y sumido en una catastrófica racha de cuatro derrotas consecutivas, se agrandó con sus argumentos limitados para dominar sin dificultades al supuesto campeón de la liga de los mortales, que pasó casi media hora agazapado en su área, soportando el juego directo de Osasuna, que acumuló muchos saques de esquina. De nuevo Guaita sostuvo, como tantas otras tardes, a su equipo, que ha hecho de los inicios parsimoniosos una costumbre. El meta de Torrent, del que se dejó entrever que iba a ser suplente tras su error en el primero de los seis goles del Madrid, fue decisivo al atajar dos balones de gol en los primeros 10 minutos. La anunciada revolución en el «once» se quedó a medias, y los principales cambios, con la entrada de Albelda para formar un doble pivote de precauciones defensivas con Topal, obedecía más al buen resultado que se obtuvo con una apuesta similar la pasada campaña —Albelda y Marchena, 1-3 en el marcador— que a un castigo por el ridículo de la última jornada.

La debilidad del Valencia, el agujero que ofrece Mathieu por la banda izquierda, era muy visible y Osasuna, como todos los rivales, intentó hacer daño por esa grieta. Cejudo superó al lateral francés y tuvo la ayuda añadida del otro extremo, Camuñas, para hurgar más en la herida. Camuñas, un futbolista que ha visto pasar su carrera sin llamar la atención de ningún «grande», dibujó cada una de esas diagonales sin apenas oposición defensiva.

Cuando el Valencia se decidía por desperezarse, a poco que completara posesiones largas, aunque no las acompañara con profundidad, afloraban las carencias de un Osasuna nervioso por su dramática situación clasificatoria. Pero el Valencia únicamente amagó con un par de centros a los que les faltó apenas un palmo para que Soldado, ovacionado en su regreso al viejo Sadar, llegara al remate. La primera parte acabó sin que los valencianistas probaran a Ricardo, meta osasunista.

Familiarizado a dejar que los rivales se recreen en la primera mitad para asestarles un latigazo tras la reanudación, el Valencia tampoco arriesgaría en la segunda parte. La actitud que transmitían a los más de 300 aficionados que viajaron a Pamplona a pesar del correctivo sufrido contra el Madrid, era que el empate a cero era un buen premio.

Por tanto conformismo, ni el entrenador ni los jugadores pueden argumentar en su defensa que en el gol de Osasuna hubo mala suerte. El mal disparo de Cejudo rebotó lastimosamente en la espalda de Stankevicius, engañando a Guaita en su estirada, pero era el justo castigo a la desidia exhibida.

Sólo después del gol en contra, el Valencia, desde el banquillo, dio mínimas señales de vida. El planteamiento conservador ya no servía y Emery dio entrada a Banega y rescató de la noche negra de Gelsenkirchen a Aduriz, señalado por el entrenador después de sus remates fallados hace casi dos meses contra el Schalke 04.

El Valencia, por supuesto, lo intentó, pero con la convicción justa. Como casi siempre, confió su suerte a las jugadas de estrategia y a la calidad individual, pero el encuentro languideció sin que se chutara apenas a portería. Un leve empujón a Mata, y las protestas por las pérdidas de tiempo en los locales, fue el triste argumento que ofrendó el Valencia a su hinchada, a estas alturas más resignada que enfadada.