El Valencia levantó con mucho esfuerzo y constancia un partido al que renunció prematuramente por su relajación defensiva. Con los pinchazos de todos sus perseguidores, el de ayer en el Madrigal era un encuentro con mucho peligro larvado. La ausencia de consecuencias clasificatorias de un posible tropiezo fue una tentación superior a la ambición por dar un golpe de autoridad al objetivo de entrar en la Liga de Campeones. La satisfacción por la meritoria reacción no debe desviar la atención sobre la necesidad de no bajar la guardia, y ser más contundente en defensa. El mismo inicio fatal de encuentro fue la tumba, por ejemplo, en Liga de Campeones contra el Chelsea. Las mismas distracciones pueden apearle el miércoles de la Copa del Rey en el Sánchez Pizjuán.

De muy poco le sirvió al Valencia su prometedor tramo inicial de partido. Con un once reconocible, sin apenas cambios, con el que Unai pretendía dar continuidad a la inercia ganadora de Sevilla. Diez minutos de expectativas, de buen juego, con un cabezazo incluido de Rami, se vieron enterrados con dos indolentes acciones defensivas que pusieron el encuentro muy cuesta arriba, casi insalvable. Marco Ruben, con insistencia, con la ayuda de Rami y Víctor Ruiz, algo tibios, avanzó a trancas y barrancas para conectar con Nilmar con una pared, tumbar a Rami y batir a Diego Alves de tiro cruzado. El Villarreal, un equipo deprimido pero con sus recursos intactos, se lo creyó. Cuatro minutos más tarde, una falta botada desde la derecha fue cabeceada con una facilidad pasmosa por Gonzalo, pésimamente marcado por Topal, que calculó mal el salto.

El Valencia, en excesivas ocasiones, necesita sentirse flagelado para sacar el carácter. Despertó en los minutos posteriores, de manera equivocada. Nervioso, con muchas protestas, cayendo en rifirrafes o en alguna provocación puntual de Oriol, que estuvo en todos los caldos y sacó de sus casillas a Soldado. El capitán volvió a digerir su orgullo herido con arriesgados "calentones". Aun sin quitarse de encima esa excitación, el Valencia fue recuperando terreno, sumando saques de esquina a favor, destapando las carencias de un Villarreal que ha recurrido a Molina para huir de la amenaza del descenso. Para fortuna valencianista, pudo reducir distancias antes del descanso, con un buen gol en el que Miguel, tras combinación con Soldado, mandó un centro perfecto sin dejarla caer que fue remachado por Feghouli, de nuevo uno de los más destacados, siempre motivado y descarado. Si bien el Villarreal pudo haber sentenciado, con un testarazo de Zapata que remató igual de solo que Gonzalo en el segundo tanto, la segunda parte presentaba otro panorama.

Banega finalmente agarró las riendas del juego en el segundo tiempo, hasta que fue sustituido por Emery al ver una tarjeta. El Valencia dominaba, pero el partido estaba roto y las acciones se multiplicaron en las dos porterías. Soldado perdonó la más clara, después de aprovecharse de una pérdida de balón de Cani en la medular. El balón se le quedó franco con un recorte y rechace afortunado, pero el remate se le marchó desviado por poco.

Posteriormente, se le anuló un gol, en un fuera de juego riguroso. Jonas también tuyo la suya con otro chut cruzado. Había partido, también para el Villarreal, que disponía de espacios y continuó aprovechando las indecisiones defensivas de los visitantes. Cani buscó la sorpresa desde más de 30 metros y obligó a Alves a desviar a córner de manera poco ortodoxa, con el pecho. El portero brasileño fue providencial de nuevo en un voleón desde segunda línea de Borja Valero, directo a la escuadra, al que respondió el brasileño con una estirada a mano cambiada.

El avance de los minutos fue jugando a favor del Villarreal, que equilibró el partido mientras que al Valencia le fallaba la claridad para llegar al área de Diego López. Ante esa realidad, Emery recurrió al juego directo con la dirección de Tino Costa y Aduriz, que se unió al ataque junto a Soldado y Jonas. Con esa sencilla fórmula el Valencia empató, a cuatro minutos del final. Aduriz ganó el salto a su par para bajar un pelotazo lejano de Rami. El balón fue defectuosamente rechazado por Zapata en dirección a Aduriz, que definió con temple. Los valencianistas celebraron el gol con furia. Habían remontado un partido que, por deméritos propios, tuvo una pinta horrible.