De conformidad con el estado esquizofrénico en el que vive instalado desde que Unai Emery lo dirige y Manuel Llorente lo sangra cada verano, el Valencia volvió a mostrar en Sevilla una doble cara: la del lamento por una nueva derrota ante un rival directo, y la de la algazara de la tribu, que voltea campanas por superar una eliminatoria y clasificarse para los cuartos de final de la Copa. Nada menos. Loado sea el Señor.

Ya se lo echó en cara Cicerón a Catilina: "O tempora, o mores!", que en este caso podría traducirse por aquello tan castizo de "¡quién te ha visto y quién te ve!". La Copa, que siempre fue un valor refugio para los equipos del segundo escalón, incluso para el mismísimo Madrid de Florentino en tiempos de hegemonía barcelonista inabordable, se ha convertido en los últimos años en una empinada cuesta para el Valencia, que no logra ascenderla ni a la mitad y pasaba del torneo, obsesionado su entrenador en seguir a rajatabla la consigna del mando: por encima de todo, meterse en la Champions.

De hecho, Emery sigue dando brincos y gritos en el área técnica de Mestalla, gracias a que cumple con ese objetivo. Ni su buen trabajo de restauración de un equipo que cada temporada es desmochado, ni su revalorización de futbolistas adquiridos de saldo en el mercado de segunda mano, ni su grácil cintura para esquivar los desprecios y zancadillas con que le han obsequiado desde el propio club, le habrían servido de nada, si no llega a tasar el cómputo europeo de puntos. Los números, que no los sentimientos, lo validan todo. Ahí está Javier Gómez, para demostrarlo. Fieles a esa máxima, los jugadores echan cuentas y se atienen a las cifras.

La forma tan absurda de producirse la derrota de la otra noche, vuelve a poner de manifiesto la poca fiabilidad del equipo ante rivales directos como el Sevilla, con el que el Valencia se las tiene tiesas desde aquella gloriosa tarde de mayo de 2004, cuando dio la vuelta olímpica al estadio Sánchez Pizjuan, recogiendo una inolvidable ovación de reconocimiento tras conquistar su última Liga. Desde entonces se han reducido las distancias entre ambos equipos y la Copa es territorio idóneo para seguir marcando diferencias. En realidad, ganarla es un sueño permanente de la afición valencianista, que ha disfrutado con ella a lo largo de los años. El Valencia siempre ha sido un equipo copero por excelencia. Ahora parece que el vestuario vuelve a engancharse al torneo y a valorarlo en su justa medida. A ver si es verdad.