Hace tiempo que en el Villarreal sobran discursos y urgen soluciones. Resultados. Hace tiempo que el relato es hueco, que polvorear la previa de declaraciones de intenciones ni anima ni motiva ni causa sensación, sino tedio rutinario. Desengaño, incluso. De nada sirve repetir el credo conocido de saldremos a mandar, a ser el Villarreal, a imponer nuestro estilo y demás palabrería bonita, porque ser el Villarreal es ahora mismo ser muy poca cosa. Es ser un equipo romo, confundido y nada competitivo. Un equipo que ayer, en el Calderón, no sólo perdió tres a cero con el Atlético de Madrid, también fue incapaz de tirar entre los tres palos en todo el partido. Un desastre, de cabo a rabo, tan monumental que no quedó rostro ni fuerza capaz de aludir a las controvertidas decisiones arbitrales que alumbraron los dos primeros goles de Falcao, el colombiano, otra vez verdugo impío, como en la Europa League del pasado curso, de las ilusiones amarillas. Diego, sensacional toda la mañana, cerró el marcador en una acción que resumió la indolencia visitante. El brasileño del Atlético controló la bola con el pecho, se la acomodó a ras de césped y la empujó al rincón desde el corazón del área, sin que nadie le molestara. Sencillamente, no había rival.

Ni un tiro a puerta amarillo en noventa minutos, decíamos. Aún más. No hubo primera llegada, un escarceo de Borja en el área que murió en el casi, hasta pasada la media hora. Para ver el primer tiro, un zurdazo de Zapata tras un saque de banda, hubo que esperar a la segunda mitad, al 65 y, para el segundo y último, de Nilmar en escorzo, que también amortiguó el lateral de la red, al tiempo de prolongación. El Villarreal se entretuvo en onanistas fuegos de artificio y el Atlético, en cambio, aprovechó su pólvora.

Superioridad local

Los de Simeone atacaron en manada. El ancla firme de Tiago, las llegadas continuas de Juanfran y Filipe, la movilidad talentosa de Diego, los desmarques dañinos de Adrián y el colmillo insaciable de Falcao. Con eso ganó el partido, mereció la goleada y convenció a su hinchada. Veinte tiros, tres goles y tres puntos. Sin discusión.

El uno a cero no llegó hasta el minuto 40 porque el Atlético se atropelló en el área rival y Gonzalo sostuvo con apuros y sabiduría la tambaleante estructura defensiva del Villarreal. Pero al filo del descanso la presa se desbordó. Tiago picó un balón a la ruptura de Adrián, que se pasó el envite castigando la espalda de Oriol y Zapata. Adrián, que había partido en posible fuera de juego quedó escorado tras el control, pero esquivó la desesperada salida de Diego López con un pase simple y eficaz. Sirvió el gol a Falcao, que embocó desde cerca.

En desventaja, Molina movió el banquillo en el descanso. Había salido de inicio con Nilmar solitario en punta, y en el asueto no cambió de dibujo, sino de peones. Musacchio sentó a De Guzmán y Castellani a Hernán Pérez. Nada mutó apenas, aquejado el colectivo de un virus estructural, sin faros ni guías. El Villarreal acunó la pelota durante gran parte de la contienda, pero su posesión fue absolutamente inofensiva. Absolutamente. El partido se le escurrió de modo definitivo en el minuto 50, cuando Diego enlazó con Adrián y éste con Falcao, de tacón. Gonzalo derribó a la bestia en el límite del área, por fuera, y el colegiado decretó penalti. El segundo mordisco de Falcao, que engañó al portero, finiquitó cualquier incertidumbre.

De ahí al final, el suplicio del Villarreal se acentuó. Jugó sin competir, estuvo sin estar. Jugó sin saber que en realidad era el rival el que estaba jugando con él. El Atlético perdonó el tercero en varios contragolpes deslavazados. Dio igual, al final alcanzó el trío por pura probabilidad. Ganó en agresividad, en posicionamiento, en fútbol. Ganó bien. El cuadro amarillo desnudó una vez más el bajo rendimiento de piezas que un día fueron claves, caso de Nilmar, desaparecido desde allá donde se nubla la memoria, que volvió a pasar de puntillas por un partido, o de los fichajes del presente curso, caso de Zapata o De Guzmán, todavía fuera de onda.

En definitiva, el Villarreal 2011-12 es una broma que deriva en drama. En puestos de descenso, con dos puntos en los últimos seis partidos y sin ganar a domicilio en Liga desde marzo, se ha especializado en sanar enfermos. Ayer se dejó en Madrid gran parte del crédito que obtuvo en la mejoría mostrada en el derbi con el Valencia, en el que cabe recordar que Senna, un veterano cuyo físico sólo resiste en pequeñas dosis, fue el mejor jugador. Ayer no estaba. No estará muchas veces. Y de pronto no se atisba, entre urgencias, ni remedio ni solución.