Según un dicho taurino, hasta el rabo todo es toro. Habrá que esperar, por tanto, a que termine el segundo partido de la eliminatoria de cuartos de final de la Copa del Rey para dar por hecho que se ha producido un nuevo éxito del Barcelona y un nuevo fracaso del Madrid en el exasperado y cada vez más desigual duelo que los viene enfrentando en los últimos años. Pero todo parece indicar que la tendencia se va a confirmar de nuevo, a mayor gloria (o mengua) de sus entrenadores, ya que ambos personalizan las respectivas trayectorias de sus equipos. Con Guardiola, el Barcelona está entrando en la leyenda al mismo tiempo que hace historia, lo que es realmente excepcional. Con Mourinho, en cambio, el Madrid se ha convertido en rehén del trauma de su entrenador.

El trauma de Mourinho. El referente del trauma del portugués es, sin duda, el Barcelona. Y su origen, según dicen, está en el 5-O que le endosó el equipo de Guardiola la primera vez que se enfrentaron. Un trauma tanto más brutal cuando Mourinho había llegado al Madrid con la aureola de ser el supuesto taumaturgo que tenía la fórmula para cortar la racha, insufrible, por humillante, para el madridismo, que ya habían iniciado los barcelonistas. La había acreditado, como entrenador del Inter, cuando había eliminado al Barcelona de la Champions. Su misión era vengar afrentas como el 2-6 en el Bernabéu de la etapa de Pellegrini. Pero su triste destino ha sido añadir nuevas humillaciones. Si Florentino Pérez magnificó su único éxito hasta el momento –el triunfo en la Copa del Rey de la pasada temporada—fue por una necesaria autojustificación. El presidente madridista no solo es quien ha traído a Mourinho sino también quien le ha dado lo que le ha pedido, incluso a costa de romper el mercado. El desmesurado precio pagado por Coentrao puede ser un ejemplo. Hay muchos más.

El Barça como problema. Lo curioso es que, sobrequipamiento aparte, Mourinho parece capaz de hacer un gran equipo. El mejor ejemplo es que los registros que consigue el actual Madrid en la Liga española son estratosféricos. Su forma de jugar, a menudo también lo es. Si no tuviera enfrente a un Barcelona casi sobrenatural, sin duda arrasaría. Pero el problema es que lo tiene. Y Mourinho se bloquea a la hora de resolver el problema. O, peor aún, desvaría. Cuando llega un clásico renuncia a su estilo. Lo de menos es que eso implique reconocer la inferioridad, ya que parece evidente que existe. El Barcelona actual es tremendo. Un equipo en el que juegan a la vez Piqué, Busquets, Xavi, Iniesta, Cesc y Messi es como una conjunción astral que solo se da de siglo en siglo. No es fácil enfrentarse a un equipo con semejantes jugadores que, además, se potencian mutuamente con la entrega abnegada y sin excepciones a un sistema muy exigente. Pero en fútbol ser inferior no equivale a o tener opciones. Eso sí, son diferentes en cada caso. Las del Madrid deberían ser considerables. Pero pasan por no renunciar a lo irrenunciable, como la autoestima o el estilo. Todas las derrotas duelen pero algunas humillan. Y el Madrid artificiosamente exasperado de algunos partidos contra el Barcelona rozó la humillación si no incurrió en ella.

De Abidal a Pepe. El Madrid de a diario es un equipo rapidísimo y de una capacidad de resolución demoledora. Cuando se enfrenta al Barcelona esa fuerza se desnaturaliza. En cambio, el Barcelona exhibe una fortaleza mental extraordinaria. En los dos últimos partidos que ha jugado en el Bernabéu recibió muy pronto golpes que hubieran noqueado a cualquier otro equipo. En ambos casos supo sobreponerse. Guardiola no cambió los jugadores —salvo a Pinto, por razones sentimentales que aluden a la cohesión interna—, sino que éstos supieron adaptarse a las nuevas circunstancias, pero dentro del estilo de siempre. Messi asumió el eclipse al que le condenó el planteamiento obsesivo del Madrid, pero sacó beneficio para su equipo de su forzado ostracismo. No marcó, pero dio un pase de oro a Abidal para que lo hiciese y tuviera, de paso, un merecido premio, el de marcar el gol de la victoria. Abidal es un jugador admirable. Como atleta es fantástico, uno de los más rápidos y fuertes de la actualidad. Y como futbolista, muy sólido, tanto técnica como tácticamente. En el primer tiempo hizo varios cortes providenciales para su equipo. En el Madrid no hay jugador más poderoso que Pepe, otra fuerza de la Naturaleza. Mourinho lo adelantó una vez más al medio campo para tratar de romper el equilibrio del Barcelona. Pero Pepe es una fuerza descontrolada, que, precisamente por eso, unas veces ayuda a su equipo y otras lo perjudica mucho, porque aunque el árbitro no es Dios y no lo ve todo, la televisión, sí.

En fin, hay dos Madrid y un Barcelona. Como los dos han implantado de hecho un duopolio en el fútbol español y hasta en el europeo, la pugna por la hegemonía acaba resolviéndose en los enfrentamientos entre ambos. Guardiola no parece tener problema al respecto. Mourinho, sí. Por eso su crédito padece. Si en el fútbol hubiera agencias de calificación, ya le habrían bajado el rating varios escalones, de los que conducen a la calle. Eso sí, con los bolsillos repletos.