Doblado el cabo de Hornos, la mejor liga del mundo enfila su derrotero final sin que esta vez hayan arreciado los ataques de aquellos que el año pasado por estas fechas, cuando el Barça dominaba la clasificación, sostenían que el torneo era un aburrimiento. Ahora, con el cómodo —de momento— liderato del Madrid, no hay nada que reprocharle al torneo. La liga cobra sentido, vive un momento espléndido y es un campeonato muy competitivo. Efectivamente: aunque lo digan de coña, la verdad es que a algunos se les ve el plumero. Contemplan el mundo unicamente a través del prisma madridista y juzgan la existencia en función del microclima predominante en ese microcosmos del inmenso paseo de la Castellana, llamado estadio Bernabéu.

Pero la vida es poliédrica. Que le pregunten, por ejemplo, a Fernando Roig, insurrecto antes y ahora tan silente y sumiso, tan acongojado y apaciguado. Su Submarino navega con rumbo perdido y ha pasado de ser equipo con aspiraciones, a tenerse que conformarse con salvar la cabeza. Su plaza como cuarto aspirante en discordia ha venido a ocuparla el Athletic de Bielsa, una amenaza para el displicente y acomodado Valencia que, con su gris singladura, aporta argumentos a los teóricos del duopolio.

Lo bien cierto es que esta liga a la que algunos insisten en tildar de monocorde, acoge a las grandes estrellas del planeta fútbol, la comandan los dos mejores equipos del mundo y propicia partidos espectaculares. También otros tediosos, faltaría más. Pero, de ahí, a colegir que no tiene mayor interés, porque todo esta atado y suscrito de antemano, media un abismo. Que le pregunten al Madrid si su liderato está asegurado, o al Zaragoza si su farolillo rojo lo tiene ya adjudicado. Los dos responderán que no. Entre ambos, nadie puede dar nada por garantizado.