Subsiste un periodismo deportivo oficialista, que se solaza columpiándose a todas horas del panegírico a la adulación. Está amordazado por las dádivas que perciben las empresas y agradecido por recibirlas. Se trata de una herencia franquista que resiste, por no decir que se acrecienta, con el beneplácito de muchos profesionales del oficio, o al socaire de la vista gorda del resto. Frente a este escandaloso fenómeno, se posiciona, en apariencia, una corriente de opinión supuestamente crítica que no hace más que renegar y protestar por los motivos más triviales, elevándolos a la categoría de temas de Estado. Aquí estamos nosotros, dispuestos a no dejar pasar ni una, se ufanan en proclamar. Detrás de estos falsos ataques de rebeldía se suelen esconder, cómo no, intereses económicos.

Lo acabamos de comprobar con el asunto de los horarios del fútbol, que, por encima de todos sus inconvenientes, tienen, ante todo, el de descuadrar las rejillas de programación de las emisoras de radio. Pues nada, menos reconocer esa faena que les han hecho, algunos periodistas han utilizado a los aficionados y su paz familiar, a los niños y sus colegios -sin reparar en que están de vacaciones- a los futbolistas y sus biorritmos... al sursum corda, con tal de llevar el agua al molino de sus empresas. De nada ha servido que la LFP y las televisiones, que por contrato tienen derecho a fijar la hora de los partidos -para eso desembolsan un pastón- hayan repetido hasta la saciedad que se trata de un indicador experimental y provisional, revisable en cuanto finalice agosto. Ni hablar. Los incorruptibles han declarado la guerra santa contra esta nimiedad.

Otra. Dentro de la campaña -obviamente interesada- de que en el fútbol español hay dos clubes inmensamente ricos que empobrecen al resto, hasta alterar la competición, se viene extendiendo la teoría de que la gente está harta de los Madrid-Barça porque han perdido interés y se están devaluando. Ha bastado que se disputara el primer choque de la temporada entre ambos, para que semejante especulación quede desmontada. La primera final de la Supercopa fue un partidazo fenomenal, con alternativas variadas, jugadas primorosas y lances inolvidables. Todo un espectáculo. Como el de la otra noche, cada semana dos.

Es cierto que hay una sobredosis de fútbol televisado. Sobretodo de choques irrelevantes entre equipos mediocres. Pero ese es otro cantar. Clásicos como el de la otra noche encumbran el fútbol.