El Valencia está instalado, pese a los intentos de Manuel Llorente y su consejo, en la inestabilidad social y económica. El anuncio de Bankia de descartar el protocolo de intenciones urbanísticas no ha hecho más que agravar la situación del club, permanentemente en la búsqueda de soluciones. Mientras la Fundación no tiene capacidad para hacer frente a los intereses del préstamo con el que adquirió el poder accionarial, la entidad busca fórmulas para poder financiarse. Si hay algo a lo que agarrarse es que existe experiencia para vivir sobre el alambre.

Prácticamente desde la llegada de Francisco Roig a la presidencia, después de la conversión del club en Sociedad Anónima Deportiva (SAD), el Valencia vive en la inseguridad. Si antes los principales problemas eran sociales, ahora la falta de dinero impide encontrar el anhelado equilibrio. Nunca antes había sido tan incierto el futuro del Valencia.

Desde el gobierno de Arturo Tuzón, el Valencia no conoce la tranquilidad, bien por las guerras para aglutinar las acciones, bien por los excesos económicos

Fue Francisco Roig, el hombre que promulgó el grito de «Arturo, suelta los duros» en las gradas de Mestalla, el primero en agitar el devenir del Valencia. La primera convulsión se produjo con la adulteración de acciones en la Junta general de 1994, denunciada por el consejero Juan Vicente Jurado. Curiosamente, Roig elevó a Manuel Llorente, hombre de su confianza, a consejero delegado. Ya para entonces, Pedro Cortés era presidente, como después pasaría con Jaume Ortí.

Pero las funciones ejecutivas recaían sobre Llorente, que poco a poco se fue alejando de la posición de Roig. El empresario valenciano no perdonó que le quitaran el poder. Se negó a aceptar que su tiempo había pasado. El último intento de Francisco Roig por acceder a la presidencia llevó a varios accionistas a movilizarse para formar un Sindicato que alejase a Roig del poder. El objetivo: encontrar la «paz social». Con el beneplácito de la Generalitat Valenciana, Llorente buscó a un inversor en el empresariado valenciano que respaldara esa operación. El elegido fue el constructor Juan Bautista Soler, un empresario con capacidad económica suficiente para hacerse cargo, en la teoría, del destino del Valencia. Era la primavera de 2004, y Roig no dio su brazo a torcer. En una OPA hostil, pagando 600 euros por título, se lanzó al mercado. Soler, que delegó el poder en su hijo, Juan, respondió con una oferta igual de jugosa.

La «batalla» acabó con Roig vendiendo su paquete accionarial a los Soler por 30´5 millones.La paz accionarial llevó algo de sosiego al Valencia. Pero no duró mucho tiempo. La irregular marcha del equipo y el endeudamiento disparado en grandes operaciones patrimoniales (ciudad deportiva de Porxinos, la venta de Mestalla, nuevo estadio), que acabaron volviéndose en contra, metieron a Soler en un laberinto sin salida. La deuda del club comenzó a dispararse con fichajes millonarios y, después, con el proyecto de construir el nuevo estadio. Así se fue formando un núcleo opositor al constructor. De nuevo, la inestabilidad social, aderezada esta vez por las urgencias económicas.

Con problemas financieros por resolver, Soler y el consejero Vicente Soriano buscaron en Juan Villalonga al gestor que relanzara al Valencia. El expresidente de Telefónica duró diez días, después de provocar la desconfianza de Soler. Salió a un millón de euros al día, al recibir una indemnización de diez millones.

La crisis económica, la inestabilidad, obligó al principal acreedor del Valencia, Bancaja, a recuperar a Manuel Llorente. Fue el elegido para poner orden en las cuentas del Valencia, muy castigadas, y con el nuevo estadio en marcha. En 2009, la ampliación de capital sería el instrumento escogido por Llorente para detener el intento de Soriano de recuperar el poder. Dalport nunca llegó a pagar y la ampliación dejó fuera de juego a Soler y a Soriano. Con Llorente, el Valencia ha reducido su deuda en 200 millones tras vender a sus estrellas. Cuando parecía que llegaba la tranquilidad, Bankia ha vuelto a romperla. La salida del laberinto sólo se ve ahora por una posible renegociación.