El filósofo Francesc Torralba, autor de los veinte libros que forman la colección «pequeñas grandes virtudes», asegura que todo está ya dicho, y muy bien dicho, en los clásicos, y que los lectores de sus libros (que, por otra parte, son estupendos) deberían cerrarlos y lanzarse a leer o releer los textos de Platón, Aristóteles, Séneca o Marco Aurelio. Torralba escribe sobre el perdón, la ternura, la seducción, la paciencia y la amistad sin pretender ser original, sino respetuoso y agradecido con los clásicos. Torralba también escribe sobre el esfuerzo, y cita a Séneca.

Según Séneca, la adversidad vuelve sabio al hombre. Al hilo de esta reflexión del filósofo estoico, Torralba dice que mientras todo va bien, lo ignoramos todo de nosotros mismos. La adversidad pincha la burbuja que nos hemos creado, pero ese pinchazo vital también tiene ventajas. Supongo que Tito Vilanova, el entrenador del Barça, aprendió muchas cosas de su equipo después de perder la Supercopa con el Real Madrid, y aprenderá muchas cosas más cuando se pinche la burbuja de invencibilidad que algunos han creado con el Barça en la Liga, la misma adversidad que ya ha pinchado la burbuja que otros habían creado alrededor del año III de Mourinho como rey absoluto del Real Madrid. Los puntos de diferencia entre Barça y Madrid son los suficientes como para que Mourinho empiece a conocer un poquito mejor a sus jugadores y como para que los jugadores del Madrid empiecen a conocer un poquito mejor a su entrenador. La adversidad puede desquiciar a Ronaldo, sacar de quicio a Higuaín, volver loco a Di María y hacer que el peso del Madrid recaiga sobre las espaldas de un recién llegado como Modric. Pero la adversidad también puede hacer entender a Ronaldo que la frase «somos once» a veces es algo más que un tópico. La adversidad puede hacer que Higuaín no se tome cada partido como un examen final que sólo se aprueba con el gol, y que las piernas de Di María encuentren la pausa, y que Mourinho eche un vistazo al mundo y descubra que no está solo o, mejor todavía, que el mundo no tiene nada contra él.

Los aficionados del Rayo Vallecano, del Betis o del Sporting de Gijón se conocen muy bien a sí mismos porque están acostumbrados a la adversidad. Por eso hay tantos rayistas, béticos y sportinguistas estoicos en las gradas del Estadio de Vallecas, del Benito Villamarín y del Molinón, y por eso hay tan pocos seguidores de Séneca en las gradas del Bernabeu o del Camp Nou. El estoicismo futbolístico es muy particular porque no consiste en la resignación ante la adversidad, sino en la reacción para intentar superar esa adversidad. Dicho de otra forma, los aficionados del Madrid o del Barça saludan con pitos y abucheos un mal resultado en casa de sus equipos, mientras que los béticos improvisarían un par de rimas irónicas y animarían hasta el final. El truco está en el conocimiento, y es imposible que un futbolero se conozca a sí mismo cuando su equipo gana todas las temporadas al menos un título y está acostumbrado a escuchar el himno de la Liga de Campeones como si fuera el hilo musical de su vida futbolística. Al Barça, y a sus aficionados, les vino bien perder la Supercopa con el Madrid. Al Madrid, y a sus aficionados, le vendrá bien estar a ocho puntos del Barça en Liga.

Si todo esto es cierto, el Barça será campeón de Liga y el Madrid conseguirá por fin la décima Copa de Europa. Pero esos dos nuevos títulos harán que barcelonistas y madridistas se olviden de las pequeñas adversidades del fútbol, la burbuja volverá a hincharse y seguirán ignorándolo casi todo de sí mismos. Es decir, que no se puede ser sabio estoico y, a la vez, seguidor del Barça o del Madrid. Ya sé que no es un gran consuelo para los aficionados estoicos del Rayo Vallecano, del Betis o del Sporting, pero es más divertido ver un partido de fútbol en Vallecas que en el Camp Nou o en el Bernabeu. Otra cosa es que las vitrinas de los museos del Barça y del Madrid estén llenas de trofeos que pasan de Séneca, de la filosofía estoica y de la adversidad.