El consejo de administración del Valencia CF tendrá que pasar en la junta de accionistas del 9 de noviembre el mismo trago que no pocas entidades bancarias en los últimos tiempos, y que les ha hecho granjearse una buena dosis de impopularidad en la calle: las generosas remuneraciones abonadas a sus directivos. En la anterior junta, celebrada en noviembre de 2011, nada hacía suponer lo que, muy pocas semanas después, pasaría: la salida del club del vicepresidente y mano derecha de Manuel Llorente, Javier Gómez. Y no sólo que se marchara, sino la indemnización que se le daba por ello. Ahora, aquella polémica acción tiene reflejo en las cuentas: la sociedad anónima valencianista ha pagado 1.686.915 euros a sus cargos directivos: 1,2 millones de despido —es, además, lo que se reconoció en aquel momento— y el resto, en concepto de salarios. Esto es un millón más que el pasado ejercicio. En la memoria se justifica este incremento porque «incluye indemnización por cese de funciones de uno de los miembros del consejo de administración».

Había que remontarse a la asamblea de 2010, cuando el propio Javier Gómez reconocía que los sueldos suyo y de Manuel Llorente ascendían a 685.000 euros. Ahora, en medio de las apreturas económicas, el dinero percibido por su salida queda consolidado en las cuentas.

Si sirve como comparación, el «arreglo» equivale a la media que perciben dos miembros de la plantilla deportiva . Ésta la componen 102 personas entre jugadores del primer y segundo equipos y técnicos, y los 60 millones destinados el pasado ejercicio supone una media de 588.000 euros por persona.

Todo hipotecado

La percepción de sueldos de alto ejecutivo es uno de los aspectos que siempre se le ha afeado a Manuel Llorente, tanto en la actual etapa como cuando fue consejero delegado del club. Y será, sin duda, uno de los aspectos que se tratarán durante el debate de las cuentas. Más, después que la tendencia a la baja de la deuda se ha frenado bruscamente y era éste el mejor aval que esgrimía el consejo dentro de una gestión llena de «imposibles».

No hay que olvidar que en las cuentas se reconoce que el club está hipotecado casi íntegramente: el dinero que se debe a las entidades bancarias está garantizado con los terrenos de Mestalla, los derechos de retransmisión y publicidad de esta temporada y la siguiente, los palcos vip hasta 2017, los derechos sobre las licencias de la marca Valencia CF y hasta el dinero recibido por ceder espacio para instalar antenas de telefonía móvil.

Además, el dinero recaudado por la venta de jugadores, ya sean del primer equipo o del filial, está en prenda sobre el préstamo concedido por el empresario Eugenio Calabuig, a quien todavía se le deben 6 millones de euros y otra parte lo está para cubrir cualquier impago que se produzca al ayuntamiento de Riba-roja por la filial Litoral del Este.

En la rueda de prensa para explicar las consecuencias del fracaso del plan Newcoval, Llorente aseguró que le preocupaba más el siguiente partido —derrota en Mallorca— que la renegociación del préstamo de 245 millones con Bankia. La afirmación fue interpretada, inicialmente, como una frivolidad del presidente, pero toma cuerpo cuando se analizan las cuentas presupuestadas. Más que en los despachos, el futuro del club depende de lo que ocurra en el terreno de juego a partir de una delicada ecuación que le ha mantenido con vida en los últimos años y que cada vez cuesta más de mantener: los ingresos por entrar en Liga de Campeones y por los traspasos de jugadores.

En ese paseo por el alambre se ha mantenido el club en los últimos tres años, los del rescate económico, en los que el equipo ha logrado afianzarse en la tercera plaza, que da acceso directo a la Liga de Campeones, a pesar de concentrar en esa época las ventas de sus mejores jugadores, caso de Villa, Silva, Mata y Jordi Alba. Ahora, el escenario es otro. El pésimo arranque en Liga y la devaluación de la plantilla después de exprimir al máximo la vía de los traspasos sonados deja al Valencia en la encrucijada. Fueron los 23,7 millones de beneficios por la venta de jugadores —sin incluir la de Jordi Alba y Pablo—, más los 25 millones resultantes su participación en Europa los que han permitido cerrar el ejercicio con un beneficio de 5,32 millones de euros.

Repetir esta ecuación, de obtener el máximo rendimiento deportivo con el provecho económico más alto, se antoja complicado. Al mal inicio se une el buen estado de forma de conjuntos, como el Atlético, Málaga o Sevilla, llamados a competir las plazas de «Champions». Por otro lado, en la plantilla ya no hay jugadores tan apetecibles y de tanto caché como los que han sido traspasados en los últimos años.