Carlos Marx y Carlos Slim

Eduardo Galán

Os recibimooooooooooossssss, americanoooooooooosss, con alegríaaaaaaaaaaaaa», se oye en todas las calles de Oviedo estos días. Carlos Slim ha soltado la calderilla y, menos mal, ha sacado al Oviedo del pozo más negro. Con estos gestos de megaultramegarequetemillonario uno siempre tiene sentimientos encontrados: por una parte, la inevitabilidad y la suerte de convertirse en el Smithers de un rico («Ponga un pobre en su mesa»); por la otra, la nostalgia de cuando los clubes pertenecían a sus socios y no te compraban inmobiliarias; y, en último lugar, la seguridad de que para llegar a convertirte en la persona más rica del mundo, debes saber manejar una dosis megaultramegarequetegrande de maldad absoluta. Como siempre andamos jodidos, entre otras cosas, con lo que queremos, lo que tuvimos, lo que tenemos, lo que buscamos y lo que esperábamos, la situación actual del Real Oviedo se vuelve más complicada que aceptar que Bertín Osborne tenga un programa de «contenido social» en La 2.

Aunque, de todo esto, si hay algo claro es que «La Voz» es pura basura. Perdón, que esta es una columna sobre el Real Madrid pero me apetecía decirlo. Aunque, de todo esto, si hay algo claro es que el club blanco necesita ayuda, y ya que el querido Carlos tiene una fortuna de 70.000 millones de euros (y sumando), estaría bien pedirle un poco de lo suelto para el Real Madrid. Y todo por un sencillísimo y aburridísimo 5-1 contra los gaticos de Lezama que me ha obligado a revisar la obra de Carlos Marx y las obras de Carlos Slim.

Pensemos que cada vez la distancia entre clubes de Primera División se parece más a la situación socioecononómica de nuestro país. Unos pocos ricos y unos millones de pobres (entre ellos, el Athletic) que ni se pueden plantear enfrentarse a los primeros. No hay una clase media estable de equipos que permita construir una competición digna, una competición que nos apetezca seguir fin de semana tras fin de semana.

Por eso quizá haya que crearla en Europa con un buen chorrazo de pasta.

Ahí necesitamos al bueno de Carlos, nuestro amigo mexicano, al que podemos convencer con la broma de un imitador, con la movilización de nuestros socios cantando «Americanos» o, simplemente, gritándole, con la dignidad debida de pijo de la calle Uría, «¡¡Payo, danos algo!!».

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