Urge Ikea
Fichar a un futbolista famoso, consagrada y de rentabilidad contrastada es muy fácil. A Messi, a Xavi, a Cristiano o a Iker, los contrata hoy cualquiera. Pero apostar por un desconocido, invertir en él y acertar plenamente, es una tarea muy compleja que requiere de grandes dosis de paciencia y profundos conocimientos. Pasieguito, que fue un maestro en la materia, pasaba meses siguiendo a un jugador y recababa toda clase de informes: de compañeros, de rivales, de técnicos... Así procedió con Mario Kempes y llevó a cabo el fichaje más importante en la histora del Valencia, el de mayor éxito deportivo y rendimiento financiero. Con todo y con eso, aún se la metieron doblada una vez, con Hans Krankl. Eso a Pasiego, que era listo como el hambre. No es de extrañar que al actual responsable técnico, con menos luces y sin tanto bagaje, le hayan colado varios goles por la escuadra.
Porque a la hora de gastarse el dinero en un jugador, no vale sólo fijarse en sus condiciones técnicas. Hay que reparar también en sus valores humanos: solidaridad, nivel de compromiso, inteligencia emocional, capacidad de integración en el grupo, compañerismo... De un tiempo a esta parte, estos ingredientes no parecen figurar en la ficha que, de las nuevas adquisiciones, confecciona el cuadro técnico valencianista. Por lo visto, esos requerimientos no figuran entre los requisitos a tener en cuenta. De manera que venimos asistiendo a repetidos episodios chuscos por parte de algunos jugadores valencianistas (exhibiciones onanistas en la red, extravagantes accidentes automovilísticos...) o a incidentes tan grotescos como el protagonizado ahora por Feghouli. Algunos, como Ever Banega, son además tan reincidentes en la vulgaridad, como en sus propósitos de enmienda nunca cumplidos. Claro que este crack vino avalado por Rafa Salom, un patán futbolístico de infausta trayectoria, especialista en demoliciones. No es de extrañar, por tanto, su rocambolesca conducta.
Al VCF le urge la llegada urgente de Ikea a Alfafar o a Paterna, donde sea, pero cerca de aquí, a ver si la multinacional sueca es capaz de rehabilitar y amueblar adecuadamente la cabeza de algunos de sus futbolistas, cuyos comportamientos descerebrados en la vida ordinaria se suman a las desmedidas destemplanzas que muestran sobre el campo, continuamente enredados en pleitos y querellas con árbitros y rivales. Todo ello depara una imagen muy deplorable del VCF.
Lo cual tampoco es de extrañar, dada la falta de liderazgo que se detecta en el vestuario actual, a la que hay que sumar la irrelevancia social del Consejo de administración, sin ningún representante destacado de la sociedad civil. Al contrario: el órgano directivo del VCF es gris y mediocre, sin referentes destacados de algún campo profesional. Así va la institución. Y así le luce el pelo al equipo. Entre desventuras propias y aventuras ajenas, el Valencia, más que un club de fútbol, se asemeja a un club de alterne de carretera de segundo orden, sin amo ni encargado.
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