La corta etapa de Mauricio Pellegrino en el Valencia acabó ayer en Mestalla con una humillante goleada a cargo de la Real Sociedad, que sacó a relucir todos los defectos, individuales y colectivos, que el equipo ha ido mostrando desde que empezó la temporada. La grada ha pasado del desencanto que la ha ido despoblando en las últimas tres campañas a la indignación, y pidió responsabilidades a los jugadores y la dimisión del presidente. Un estallido retardado por la racha, tan meritoria como tocada de fortuna, que los valencianistas habían logrado mantener en Mestalla, donde solo se había cedido un empate. En muchas de esas victorias, el orgullo y la suerte camuflaron las deficiencias, que ayer explotaron en toda su gravedad. La crisis deportiva llega en el peor de los contextos para el club, inmerso en una delicada encrucijada financiera.

El Valencia, con errores infantiles propios de un equipo desnortado, sin solución, fue un juguete en manos de la Real Sociedad. La afición no reconoce a un equipo a medio construir, sin una definición clara, desnaturalizado, y sin referentes definidos de veteranía y jerarquía para reaccionar ante las situaciones adversas. A la consabida pérdida de calidad de las grandes ventas se ha añadido un déficit de identidad. Con el equipo anclado en la zona media, es necesaria una catarsis.

Nada hacía presagiar la tormenta final, tal como empezó el partido. Arengado por los silbidos con los que fue recibido por la hinchada, se puso las pilas en solo dos minutos, de fútbol decidido y combinativo. El anticipo de una tarde placida con el gol de Soldado, un tanto de bellísima factura colectiva. Banega abre en una diagonal en rosca a la izquierda, al desmarque de Bernat, un zurdo vertical y de la casa con una tendencia, nunca aclarada ni por Emery ni por Pellegrino, a acabar condenado al ostracismo. Bernat, al primer toque ve el desmarque al primer palo de Soldado, que resuelve con rabia.

Solo habían pasado, recordamos, dos minutos. El Valencia, con todo de cara para controlar y sentenciar el partido, decidió en cambio lanzarse al abismo. La historia, no por menos conocida, no deja de ser desconcertante. Al igual que contra el Celta de Vigo, Zaragoza o Espanyol, el equipo se descompuso a pasos agigantados, sin saber marcar el ritmo, sin aplicar la misma agresividad.

La Real Sociedad, dirigida por un pedazo de futbolista llamado Pardo, comenzaría a sacar tajada del festín que le proponía el Valencia en cada repliegue deficiente, en cada despiste en una marca, en cada entrega fácil errada al borde de su propia área. Los daños en la primera mitad fueron contados porque apareció, como de costumbre, la figura de Diego Alves, que con tanto trabajo con el que le obsequia su equipo no temerá perder la titularidad en la selección brasileña.

Antes de un empate que parecía inevitable, Alves intervino en tres ocasiones para salvar goles cantados. Primero se vio delante de sí a Griezmann, que juega muy a gusto contra el Valencia, para finalizar una contra generada tras un saque de esquina favorable a los locales. El remate seco del vasco-francés fue repelido de manera acrobática entre los pies de Alves y el larguero. Era solo el aviso de una primera mitad insufrible. Carlos Vela dejó luego en evidencia a Víctor Ruiz, en un regate pegado a la línea de cal. Sin ángulo, Alves volvió a tapar con los pies. La siguiente vino con un peloteo insensato en el borde del área propia entre Ricardo Costa y Banega. La Real presiona, Éver resbala e Ifrán se queda solo ante Alves, que esta vez se juega las costillas para lanzarse abajo y enviar la pelota a saque de esquina. Ese error, con la correspondiente bronca de Mestalla „con toda la razón del mundo„, anuló definitivamente al Valencia en incluso a los jugadores que parecían salvarse de la quema.

La Real, cómoda dominadora, continuó su progresivo asedio, a la espalda de Banega y Gago, territorio de libertinaje sin ley. Se encontró de nuevo a Alves en un remate de cabeza peinado por Xabi Prieto, a centro de Vela. Entre medias, un buen pase de Gago al desmarque de Soldado, que anotó en fuera de juego bien apreciado. Un acierto de Clos Gómez, que contribuyó también al desconcierto, con la tarjeta roja a Jonas. El mediapunta, cuya incidencia había sido nula, soltó un codazo a Zurutuza, que previamente le había empujado. La sanción, tal vez rigurosa, no exhime a Jonas, que picó en una acción infantil y fue fulminado por Pellegrino con la mirada. Acto seguido, antes del descanso, empató la Real, con un maravilloso regate de De la Bella a Alves y propiciando otra gran bronca de Mestalla. Que no sería la última ni la más ruidosa.

Para la segunda mitad quedaba el esperpento. La hinchada le pedía a gritos a su equipo más testiculina, y éste respondió con una pésima defensa de un córner, peinado por Xabi Prieto y en el que Mikel le ganó la partida a Ricardo Costa. Por detrás en el marcador y con inferioridad numérica, el Valencia pasó a ser un manojo de nervios, dedicado a ir por detrás de la pelota, rendido de antemano. Griezmann y Vela perdonaron ocasiones antes del inminente tercer gol, con el que la indignación se apoderó definitivamente de Mestalla. Mientras la Curva Nord cargaba contra los jugadores, otro sector del público pasaba a pedir la dimisión de Manuel Llorente. Curiosamente, la ira de la grada no se dirigió en ningún momento a Pellegrino, finalmente la cabeza de turco. El gol de Soldado, al rematar una internada y centro de Feghouli, colocaba un 2-3 que, por momentos, invitó a pensar en otra remontada, en otro arranque de orgullo, como sucediera ante el Athletic, que dejara escondidos, debajo de una alfombra, todos los defectos.

Con Valdez, Soldado, Viera, Guardado, Feghouli y Gago presionando casi como mediapunta, el Valencia intentó la heroicidad. Una apuesta kamikaze que fue el regalo definitivo para la Real Sociedad. Un saque de esquina a favor se envenenó en un contragolpe que acabó con el gol de Agirretxe. Con Mestalla dividido en la búsqueda de culpables llegó en tiempo de descuento el penalti transformado por Xabi Prieto. El quinto gol, el noveno encajado en dos jornadas, retrató con toda su aparatosidad el calado de la crisis identitaria, no solo deportiva, que padece la histórica entidad de Mestalla.