El paisaje comercial que ofrece la zona donde se levanta el Nuevo Mestalla, a medio construir, se ha convertido en la radiografía perfecta de la crisis económica. Todo los pasos del proceso están amplificados en la parte sur del barrio de Benicalap de Valencia. Las perspectivas para la hostelería eran enormes sólo hace 6 años, cuando comenzó a levantarse el estadio «cinco estrellas», con una previsión de 75.000 espectadores todos los partidos. Hoy el panorama es desolador. Apenas queda media docena de bares abiertos de los más de quince que en su día apostaron por su negocio en la órbita de lo que hoy es una gigantesca mole de cemento. Una faraónica obra inacaba que el pasado lunes cumplió un triste aniversario: cuatro años con las obras paradas, con unas expectativas muy inciertas. Alquileres desorbitados y poca clientela son dos conceptos incompatibles, destinados al fracaso. Ni siquiera hay mano de obra trabajando en el estadio, lo que suponía antes un poco de actividad en la zona.

«Estamos despesperados, aguantando como podemos», asegura el propietario del Los Segovianos, el único bar que no ha bajado las persianas en la calle Amics del Corpus, en el flanco este del estadio, y una excepción en el registro de los nombres elegidos. La mayoría bautizaron los locales con nombres vinculados al «valencianismo». Dos clientes charlan con el dueño del local mientras este ojea el periódico en busca de alguna buena noticia con la que alegrarse el día. Es lo primero que hacen los propietarios de estos locales cada mañana: Abrir los diarios a la espera de alguna novedad, una solución a la falta de financiación del recinto, que necesita 150 millones de euros para ser terminado. La última alegría resultó ser un fiasco, cuando el presidente del Valencia, Manuel Llorente, anunció el año pasado que las obras iban a retomarse, antes de saber que la operación «Newcoval» no iba a terminar con éxito.

No fue la primera vez que los propietarios de los locales que sobreviven en la zona imaginaron, otra vez, el aire del barrio lleno de polvo. Hasta el fracaso de la negociación inmobiliaria con Bankia, que iba a quedarse con el patrimonio del Valencia a cambio de liquidar la deuda y retomar las obras del estadio, el Valencia siempre se mostró optimista para recuperar la actividad en la Avenida de Les Corts. Hasta el año pasado, cuando el club de Mestalla decidió no volver a dar falsas esperanzas.

Una empresa de fontanería, una tienda de ropa y cuatro bares son los únicos comercios abiertos que continúan abiertos en las dos manzanas que hay frente al estadio en la calle Nicasio Benlloch, en el lado norte del nuevo Mestalla, en la parte trasera del recinto. El paisaje de la calle está dominado por óxido y pegatinas fosforescentes: La mayoría de bajos tienen las persianas bajadas, repletas de carteles de «se vende» y «se alquila». Nadie los quiere porque la actividad comercial del barrio «está muerta». «Las estamos pasando canutas. Sobrevivimos como podemos, con la clientela del barrio», asegura el dueño de Los Segovianos. En 2007 alquiló un local diáfano para habilitarlo como bar. Hoy paga 2.000 euros al mes de alquiler, a los que hay sumar otros 800 que se le van en la factura de la luz. «Me salva la gente que viene a ver los partidos televisados, pero hoy no montaría el bar. Esto no da dinero», asegura el propietario, José Segovia. «El Valencia y la Generalitat no tienen prisa en darle solución, porque ellos cobran todos los meses», añade con un gesto de indignación. Al otro lado de la barra, Francisco, un cliente habitual, aprovecha para renegar de la situación a la que ha llegado el Valencia. «Esto es un desastre. Lo que han hecho con la Fundación es una aberración. ¿Quién va a pagar esto, la Generalitat Valenciana?», apostilla.

La irritación se respira en el Bar El Racó Futboler, donde su propietario despacha al periodista de muy mala manera. No le gusta que le pregunten por la paralización del estadio. Lo lleva muy mal, pese a ser uno de los bares más frecuentados de la calle. «A ver si tienes huevos de preguntarle a Rita Barberá y a Alberto Fabra por qué esto no está terminado», antes de invitar al periodista a abandonar el local. Un cliente que apura su «tercio» ofrece su opinión, como asiduo del bar y como vecino. Con 48 años, lleva 4 en el paro. Espera que vuelva la actividad al estadio para pedir trabajo. «Decían que iba a estar terminado en 2009, pero casi se acaba el mundo antes. Esto es el cuento de la lechera. Además, no se dan cuenta de que nos han puesto la miel en los labios en este barrio de trabajadores. ¿Para qué se va Llorente a Catar? Si fuera un presidente cercano, se acercaría por aquí y se preocuparía por la situación del barrio, aunque sabemos que el que se equivocó con esto fue Soler. Esto es un desastre», explica, indignado.

La otra cara: los vecinos

Otros vecinos no quieren saber nada del estadio, ni de las obras, ni de la Fundación, ni de los goles de Soldado. «Ójala llegaran las gruas, pero para derribarlo. Esto sólo da problemas, es una sinrazón en todos los sentidos. Y si algún día se termina, los vecinos seremos los grandes perjudicados», explica un inquilino de Nicasio Benlloch. A escasos metros, una empresa inmobiliaria resiste como puede la difícil situación económica. Sobrevive con los alquileres de pisos para estudiantes, porque no hay demanda para los «bajos». «Han bajado mucho los precios, es lógico, porque no hay negocio. Muchos tuvieron que cerrar y los que aguantan están pidiendo que les rebajan el alquiler. El principal problema es que no hay perspectivas, que nadie dice nada. Cuando se puso fecha el año pasado para retomar las obras, se veía a la gente respirar. Los precios volvieron a subir, y luego de nuevo a bajar», explica el encargado.

Entre los que apostaron por instalarse en la zona está la cadena Don Jamón, que abrió un gran local, en un lugar estratégico. Hoy ha cerrado. Piden 2.000 euros por el alquiler. A unos metros, La Bona Taula resiste gracias a la celebración de bodas y comuniones. Y a las pantallas de televisión. Igual que «Che que bó». Entre los supervivientes está «Lo Rat Penat», de los primeros en abrir, hace ya 7 años. «Estamos hartos de esperar, como todos». Algunos propietarios llaman, de vez en cuando, a las oficinas del Valencia en busca de buenas noticias. La respuesta es siempre la misma: «Estamos buscando financiación».