Si tal como lo expresan los críticos versados, «el fútbol son unos estados de ánimo» (sic), el que viene desprendiendo el Valencia no es muy alentador. Muy al contrario, resulta más bien deprimente. Por una parte, el club vive colapsado tras el síncope de las últimas decisiones judiciales que atenazan sus finanzas, y no puede permitirse ni el más pequeño lujo en fichajes. A no ser que finalmente logre colocar en el mercado a Roberto Soldado, su joya más preciada, para hacer caja y poder optar a algún remate final en las rebajas de agosto. Pero nada de grandes lujos...

Se acabaron aquellos tiempos en los que con los sustanciosos traspasos de Albiol, Villa, Silva, Mata, Jordi Alba... el VCF obtenía aquellos suculentos beneficios con los que Manolo Llorente se ufanaba de cuadrar las cuentas. Aquel prototipo de futbolistas con una rentabilidad tan alta se acabó. Ya no quedan. Lo que trajo Braulio apenas se cotiza. Tan solo Soldado está en condiciones de reanimar la esquilmada economía del VCF. Y si él se marcha, las perspectivas no son muy alentadoras.

En plena campaña de renovación de abonos, con la gente ahogada hasta las anginas y con el desolador panorama social que hay por delante, sólo faltaba la imagen tan deprimente que viene ofreciendo el equipo de Djukic. Está claro que son partidos de rodaje, nada indicativos de lo que vaya a suceder. Pero en la situación tan precaria en la que vive el VCF, todo cuenta. Y perder ante equipos de vuits, nous i cartes que no lliguen, resulta descorazonador para el personal, sobre todo cuando los rivales de la competencia no ofrecen esa esa imagen de indolencia y dejadez. Al contrario.

Por tanto, sería de desear que Djukic y sus jugadores comenzaran a ser conscientes de lo que el VCF se está jugando en estos días. Esos insustanciales pero obligados bolos de compromiso que vienen soportando, hay que afrontarlos con un poco más de ánimo.