Salvo, ante la oportunidad de su vida
J. V. Aleixandre
La pasada no fue una temporada fácil para el internacional Fernando Llorente. El delantero del Athletic pretendió seguir los pasos de su compañero de Selección, Javi Martínez, traspasado al Bayern Munich y pidió a los dirigentes vascos que aceptaran la oferta que llegaba por él. Le restaba tan sólo un año de contrato y pensó que su club preferiría venderlo por debajo de su cláusula de rescisión, aunque su contrato estaba en vigor. Se entabló un tira y afloja entre el futbolista y la directiva, que exigió cobrar lo que estipulaba el contrato para dejarle marchar. No hubo acuerdo y, finalmente, Llorente se quedó en Bilbao. De mala manera, pero el pulso entre los representantes del delantero navarro y el novato presidente Josu Urrutia lo ganó éste último.
El curso fue penoso para Llorente. Perdió la titularidad, apenas jugó y cuando saltó al campo, gran parte de la grada de San Mamés le abroncó con largueza. Su comportamiento se interpretó como una deslealtad al club que le había proyectado a la fama, tras una crianza de nueve años. A pesar de terciar en su favor algunos influyentes medios de comunicación de Madrid, que emprendieron durísimas campañas contra Marcelo Bielsa, el entrenador mantuvo el pulso firme y apenas contó con un jugador desmotivado, con la cabeza en otra parte, en actitud de rebeldía pasiva, casi en huelga de celo. Ahora, por fin, se ha ido al Juventus. Pero ha malgastado un año y ha perdido su protagonismo en la Roja. Y sobre todo, ha dividido a la afición bilbaína: unos están con él, y otros, mayoritariamente, con el club.
¿Asistimos en Valencia a un caso semejante? Es probable. Roberto Soldado se quiere marchar, pero el Tottenham se niega a pagar los 30 millones que figuran en el contrato firmado por Soldado. Hasta ahora, el Valencia ha cumplido con su parte del documento, pagando religiosamente al jugador el dinero estipulado. Pero éste y sus agentes „los inevitables Toldrá(s)„ exigen una rebaja. También aquí hay cierto periodismo volcado en favor del futbolista y, sobre todo, de sus representantes. La diferencia con el precedente vasco es que el Valencia necesita imperiosamente oxigenar su agotada tesorería. Los intermediarios lo saben y juegan con esa baza. Pero el presidente Salvo se ha plantado y no está dispuesto a que, a las primeras de cambio, le tomen el pelo.
Si es el flamante mandatario valencianista capaz de resistir, habrá sentado un precedente por todo lo alto, como hizo Urrutia hace un año, o el donostiarra Jokin Perribay estos días, no transigiendo por Illarramendi ante Florentino. Ambos dirigentes han enviado sendas señales inequívocas a intermediarios, piratas y demás navegantes de fortuna. Si, finalmente, Salvo se come sus palabras y da su brazo a torcer, todo continuará igual en el Valencia. Como si mandara Llorente. A merced de los de siempre.
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