Iñaqui Eizaguirre fue el primer gran ídolo valencianista de la posguerra. Era la elegancia en la defensa de la portería de Mestalla. Era la mejor palomita para las fotografías de Luís Vidal y Finezas. Se llegó a decir que incluso las anunciaba para que las «Leikas» captaran el momento. Vestía con distinción impropia de futbolistas. Usaba jerséis con escapulario. Valencia le adoraba. Encabezó las alineaciones gloriosas que ganaron ligas y copas en los años cuarenta. Fue el primer rebelde de la era franquista. Era el superviviente de los mundialistas de 1950. En pocos meses han muerto dos de sus grandes compañeros internacionales, Antonio Ramallets, quien le relegó a la suplencia en Brasil del 50, y Antonio Puchades, que fue más que compañero su gran amigo.

Con motivo del fallecimiento de Puchades conversé con él por última vez. Su voz ya no era la de otras ocasiones cuando en San Sebastián tomábamos una cerveza en el Club Náutico que presidió. Además, mostró su pesar por la noticia. En el homenaje que la Federación dedicó a todos los internacionales acudió acompañado por su esposa, Carmen. Puchades me preguntó varias veces: «Ha vingut Iñaqui en Carmen». Tonico me repitió la pregunta con insistencia hasta que se encontraron y se abrazaron efusivamente. Iñaqui acudió a Sueca al último homenaje que fue dedicado a Antonio. Aquél día también participaron Estanislao Basora y Antonio Ramallets

Se marchó del Valencia cuando emigraron los donostiarras, Epi e Igoa y acabó en Osasuna donde vivió la curiosa anécdota de detener una pena máxima gracias a que Carmen, por carta, entonces no había los medios actuales, le dijo que había visto una foto en la que tal delantero tiraba los penaltis de determinada manera.

Iñaqui comenzó siendo un niño en la Real. Era quinceañero en plena Guerra Civil. Firmó una ficha sin saber en realidad que significaba aquello y le dieron una pequeña compensación económica. La Real consideró que era contrato profesional. Él y su padre, Agustín, también portero de Primera, no lo aceptaron e Iñaqui se marchó a Barcelona gracias a que aquél, que tenía negocio de tejidos, lo pudo encomendar a amigos. Luís Colina solventó los problemas burocráticos y lo fichó para el Valencia. El club compensó a la Real con 60.000 pesetas y lo contrató por 90.000 anuales. En Mestalla debutó en 1941 tras el año de parón en Barcelona.

Eizaguirre era el comienzo de aquellas alineaciones que los niños aprendíamos de memoria como la lista de los Reyes Godos. Eizaguirre, Álvaro, Juan Ramón, Bertolí, Iturraspe, Lelé, Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. Y en aquellos años de triunfos también jugó con Sierra, Lecue, Ortúzar y Morera, entre otros. Fueron tiempos en que en Mestalla se podía presenciar un equipo en el que la mayoría era de procedencia vasca. Fue campeón de Liga en 1942, 1944 y 1947 y de Copa en 1941 y 1949, y jugó tres finales más. En Mestalla en los últimos años se disputó la titularidad con el nulense Antonio Pérez.

Se instaló definitivamente en Donostia y desde allí regresó siempre que pudo a Valencia. Hubo muchos años en que no faltó a las tiradas de La Albufera. Era gran cazador y tenía puesto fijo.

En mi libro «El deporte en la Guerra Civil» me relató algunos de sus recuerdos de sus comienzos, de sus relaciones con el conflicto y la vida política de los deportistas de su generación.

«Cuando jugamos el torneo de las Brigadas de Navarra, no teníamos ficha. El dinero era para las Fuerzas Armadas. Mi ficha de aficionado con la Real me la pasaron a profesional y no sabía lo que firmaba. Mi padre nunca había sido profesional. Jugué el torneo de ascenso y nos dieron quinientas pesetas de gratificación tanto a profesionales como aficionados y firmé el recibo a efectos administrativos y ahí me pillaron. Obligados a legalizar la situación me hicieron un contrato de dos años por seis mil pesetas. No me gustó aquello y rompí el contrato. Propuse jugar dos años gratis para que me concedieran la libertad. En Barcelona me entrené con Martorell, Trias, Balmanya, Raich y Escolá que estaban sancionados por razones políticas. Finalmente, fui al Valencia. Aquél sistema del derecho de retención te condenaba de por vida. Durante el torneo de las Brigadas de Navarra los jugadores saludábamos brazo en alto.

Constantemente había manifestaciones de tipo político con la participación de falangistas y carlistas. La prensa dedicaba muchos elogios a los jugadores porque se trataba se crear entre el público motivos para solazarse. Entre nosotros no hablábamos de política. El que no era partidario del régimen se callaba porque sabía que corría peligro. Durante mucho tiempo fui Ignacio. Había desaparecido la denominación de Iñaqui. Siempre pensé que entre nosotros había algún nacionalista. Nos teníamos respeto. Hontoria, que jugó conmigo, fue gudari y, posteriormente, debutó en la selección nacional junto a Puchades. La Real consiguió hacer un gran equipo. Los Berridi fueron los mejores y Epi, fue compañero mío en el Valencia. A la Real regresamos Igoa, Epi y yo».

Un valencianista histórico

Con el fallecimiento de Iñaqui Eizaguirre desaparece una de las grandes figuras del fútbol de la posguerra. El Valencia pierde uno de sus grandes ídolos. Es nombre destacado en los mejores años del club. Siempre estará con quienes le conocimos y tratamos. Y con la historia del club por encima de las épocas.