Valencia celebra grandes eventos desde hace lustros. El fútbol en general y el Valencia CF, en particular, han sido la mejor inversión colectiva. Desde la liga del 1941-42 hasta la Copa de 2008, el estadio de la avenida de Suecia representó la mejor imagen exterior de los valencianos. El equipo siempre trascendió más que la directiva. El exigente valencianismo es indulgente con el palco mientras no moleste, ni engañe. Sin embargo, en la última década la intervención institucional, a veces sincera, pero otras manipuladora, ha debilitado al club.

La panacea del nuevo Mestalla es una ruina. Impulsado por el Ayuntamiento en medio de la burbuja inmobiliaria, ahora es un monumento al disparate. Ya no vale recurrir a la crisis económica global, pues se han levantado dos estadios en plena recesión. El Cornellà-El Prat del Espanyol y el nuevo San Mamés, que será inaugurado el lunes con la visita del Celta, aunque con una de las gradas de gol por cerrar. Bilbao ha construido un campo en tres años, mientras que en Valencia vamos por seis, y subiendo. La diferencia estriba que entre los vizcaínos ha funcionado la colaboración y aquí sólo se activa para quítate tu, para ponerme yo. La sociedad San Mamés Barria, propietaria del estadio, está formada por el Athletic Club, la BBK y la Diputación Foral de Vizcaya, además el ayuntamiento bilbaíno, por unanimidad, modificó el plan urbanístico de la zona. El Athletic y la Diputación aportaron el terreno y una parte del coste (218 millones), mientras que el banco BBK desembolsó el resto y las fórmulas de financiación.

Supongo que Bilbao no tiene la exclusiva para idear un acuerdo similar. Así que ante el lejano reto imaginario de ser sede de la Eurocopa de 2020 recuerden que la alcaldesa dijo que optaríamos a la final de la 'Champions' en 2011 ya en el nuevo estadio, lo único que salvará al Valencia son alianzas solidarias y transparentes.