Las diferencias entre los planteamientos ideológicos de las corrientes que integraban la España republicana, sobre todo entre comunistas y anarquistas, se evidencian también en la concepción que cada cual tiene del deporte. «Cada uno de ellos, desde sus planteamientos, defienden posturas a veces claramente enfrentadas respecto al mundo del deporte y la actividad física», apunta Josep Bosch, autor de la tesis.

Los anarquistas, por ejemplo, están en contra el boxeo porque es «denigrante para el hombre». También reniegan de los deportes 'burgueses', los que tienen un componente económico y competitivo, como el fútbol. Apuestan, por contra, por modalidades como el excursionismo, las actividades en contacto con la naturaleza, cita el autor. Habrá, de hecho, un debate abierto en la izquierda, ya que algunos creen que «el deporte aleja a los hombres de la revolución y la guerra».

Líster, en Vallejo

Los comunistas, añade el autor, están más por la preparación física con un componente premilitar, desfiles, encuadramiento, etc. Aunque tampoco tendrán problemas con el fútbol. Una de las imágenes deportivas de la Valencia en guerra es la de un relajado Enrique Líster, uno de los líderes militares de la República, asistiendo en el campo de Vallejo a un partido de distracción entre el Gimnástico y un combinado de la 11ª división que comandaba, durante una tregua de la batalla de Teruel.

El uso político del deporte es una de las principales líneas de trabajo de Bosch. Partidos y sindicatos lo utilizan como elemento de entretenimiento, doctrina y difusión de ideología entre la juventud. Pero también habrá una planificación de Estado, que lo instrumentaliza como parte de su propaganda interna e internacional.

La República pondrá en marcha, en pleno conflicto, el Consejo Nacional de Educación Física, constituido en Valencia en 1937, y dando un primer paso en la hasta entonces inexistente política deportiva en España. La planificación estará al servicio del Estado y de la causa antifascista: mejorando la condición física de la población, lo que garantizaba el rendimiento militar. El consejo, que podrá disponer a discreción de los campos deportivos para sus actividades, será el encargado de autorizar y controlar la participación de los deportistas y los clubs en el extranjero, como la Olimpiada Obrera de Amberes, en la que participaron los valencianos José Lacomba, el futbolista del Valencia Onofre Lerma, que aprovechó el viaje para desertar (condenado en rebeldía por el Gobierno de la República), o los boxeadores García Peralta y Juan Santandreu.

«El deporte femenino perdió la guerra»

El avance que la República supuso para los derechos de la mujer tuvo su correlato en la práctica deportiva, hasta entonces limitada a «señoritas del té a las cinco y el cock-tail». El deporte seguía siendo un entretenimiento para las clases acomodadas, pero la República trata de «democratizar» su práctica, surgiendo el concepto de deporte «popular», que tiene entre sus beneficiarios a la mujer e incluso la incorpora como profesora de Educación Física. Pese a que continuó siendo minoritario, el avance fue espectacular, y la victoria franquista, un varapalo incalculable. En 1936 se produce el último campeonato de España absoluto de atletismo femenino; pasarán 30 años hasta el siguiente, explica Bosch. Atletismo, baloncesto, gimnasia y excursionismo son las disciplinas más extendidas. Y grupos como la Unión de Muchachas, cercana al PCE, sus impulsores.