Oriol Romeu escenificó en el Benito Villamarín el por qué de su suplencia. El juego del catalán dista mucho del que le llevó a ser un fijo en el Chelsea de Villas-Boas. Es un espejismo de él mismo. El catalán estrenó ayer titularidad para arrinconar a Fuego al banquillo. Pero no tuvo su noche. Como el resto del equipo. El jugador, que compartió primero trivote con Parejo y Banega, y luego doble pivote con Banega, evidenció su falta de ritmo, sus despistes y, por momentos, su mala colocación.

Y, sin orden e intensidad en el centro del campo, el equipo no carburó. También ayudó a ello los desajustes defensivos que le obligaban a retrasar su posición para, por momentos, ejercer de tercer central, mientras Parejo y Ever jugaban en paralelo. En un equipo desordenado e individualista, Oriol naufragó, como el resto, en una primera parte en la que el Valencia, por fallos infantiles, encajó tres goles. Los cinco cambios de Djukic, respecto al partido contra el Barça, no surtieron efecto. Tal como ocurrió en Cornellà, el Valencia se dejó el espíritu competitivo en Mestalla y arrinconó los valores de los que presume el técnico en el vestuario.

Tras el descanso, el equipo buscó maquillar la imagen imponiendo un plus de intensidad al choque, pero nadar a contracorriente es complicado. Con la salida del campo de Parejo (entró Feghouli), el trivote se transformó en un doble pivote Oriol-Banega y, acto seguido, mejoró la imagen. Con el gol de Ricardo Costa (3-1), el equipo recuperó un pellizco de la autoestima perdida. Pero era tarde.