Miroslav Djukic hizo caso, por fin, al clamor popular. Y a petición de la calle, la crítica especializada, los dirigentes rajones y de los técnicos expertos en la materia incluído el presidente alineó el domingo el teórico «once» ideal sólo faltaba Sergio Canales, que aún anda entre algodones, y a fé que se le echó en falta. Pues ni por esas. Los mencionados estamentos, tampoco tenían razón. El Betis el Sevilla, según reiteró Curro Torres, el flamante comentarista de Radio Nou, que no se enteró hasta bien entrado el partido de cual era el rival del Valencia vapuleó al entrenador serbio y a toda su cuadrilla. Sin remisión. Sin excusas. Pasándole por encima como si fuera un división acorazada ¿Y ahora qué alegamos?

Porque estar, estaban todos. Mathieu de central; Dani Parejo restituido; Oriol Romeu, procedente del galáctico Chelsea, en lugar de Javi Fuego, que viene del modesto Rayo; Pabón, el cañonero colombiano; Jonas, que no para de reivindicarse (ante la prensa, no sobre el campo); Postiga, el nuevo depredador del área... Y por supuesto Banega, el entronizado «rat penat», que sigue revoloteando alrededor del escudo pero no se decide a posarse... Ninguno de todos estos, la olió. Ni enterarse. Solamente Diego Alves estuvo a la altura de las circustancias y, aún así, todo apunta a un inminente cambio en la portería. Para que parezca que se adoptan decisiones.

Si la cara es el espejo del alma y un equipo refleja la personalidad de su entrenador, el rostro abatido, perplejo, imperturbable y hundido de Djukic, incapaz de reaccionar en el área técnica, es la viva imagen del VCF. Reaccionó tarde el equipo y mal su entrenador, si es que a los cambios de última hora se les puede llamar reacción. Porque el Valencia siguió empanado, paralizado, sin apenas carácter.

Las alarmas han saltado. Ya hay quien piensa que Unai Emery, que visita el domingo Mestalla con el Sevilla esta vez, sí llega empuñando la famosa espada de Damocles. O Djukic reacciona o el acero caerá sobre su cabeza. Pruebas con futbolistas las ha hecho todas. Pero, o su discurso no lo entienden, o no cala, que es peor. Sus inocentes planteamientos, tanto tácticos como programáticos, recuerdan los de Pellegrino, que ya sabemos como acabó. Y ahora, a la vuelta de la esquina, no hay un Ernesto Valverde al que recurrir.

De cualquier forma, ya va siendo hora de levantar la mirada y apuntar un poco más arriba del banquillo, a la derecha del palco, donde se acomoda el gran Braulio. Hacia ahí, casi nadie estómagos informativos agradecidos señala. Será cuestión de echar un ojeada. Y a no tardar.