Mestalla se desespera viendo hundirse a un Valencia que parece que no tenga remedio mientras siga siendo un manojo de nervios, sin orden ni ánimo, incapaz de oponer resistencia a ningún oponente. Si enfrente tiene un contrincante entusiasmado y fresco de ideas como es el Swansea, la tragedia se consuma. El equipo galés, todo elegancia, se dio un festín a costa de su rival, encogido de frío, con una merecidísima goleada que pone a Miroslav Djukic en la picota y que sublevó a la grada, harta de la actitud de los jugadores. El clima de tensión para recibir al Sevilla es altísimo, calcado al que se llevó a Mauricio Pellegrino por delante.

La disposición del Valencia sobre el campo delataba la voluntad de Djukic de poner orden táctico y perfilar un equipo sin tanto riesgo y que necesitase de menos trámites para pisar el área rival. Retrasó a Banega y aumentó la electricidad por las bandas con el desparpajo de Feghouli y Fede. Durante los primeros 10 minutos el Valencia dominó la posesión con muchos pases horizontales, sin intención, mientras que el Swansea esperaba, paciente. Pero es tal la fragilidad anímica del Valencia que con el primer estímulo en contra se derrumba.

Una pérdida de pelota en el centro del campo, el mal endémico de este equipo, volvió a ser fatal. El delantero Bony le birló la pelota a Banega, y la tocó larga para ganar por velocidad a Rami, que se había quedado clavado. El central francés no tuvo más remedio que agarrarle y fue expulsado, al ser el último defensa. Las desgracias se sucedieron a partir de ese momento. La solución aportada por Djukic, retirar al más joven e inexperto, Fede, para recomponer la defensa con Ricardo Costa disgustó a la grada, que abroncó al técnico serbio por primera vez desde su llegada. En la siguiente jugada y con el equipo reestructurándose, Bony remachó una jugada colectiva con un remate por el centro que sorprendió a Guaita.

El gol no sería la peor noticia. Con desventaja en el marcador el Valencia se partió en dos y el Swansea ganó en confianza, para comenzar a deleitarse con un rondo continuo. Fue un tormento para los valencianistas ver jugar al equipo menos británico de la Premier, con una fe infinita en su estilo, sin dar un pelotazo e intercambiando siempre posiciones en ataque. El Swansea es un conjunto provisto de todo tipo de automatismos para conservar y dar sentido a la posesión de la pelota, con la libertad de movimientos que goza el ovetense Michu, un talento que ningún equipo grande de la liga se atrevió a fichar y que ayer ofreció un festival de cómo ocupar espacios.

Ante esa evidencia, el Valencia contestó de forma anárquica y lleno de miedos. Banega adelantó su posición y se dejó que Javi Fuego, con sus pulmones de hierro, abarcase treinta metros a la redonda, intentando abortar los pases cortos y al pie de los galeses. Al Valencia le costaba un mundo recuperar la pelota y cuando por fin lo conseguía apenas le duraba, abandonándose a las individualidades desesperadas. Peores no podían ser las señales. Fallos en entregas fáciles, un despeje defectuoso de Barragán que casi le regala el gol a Dyer, alguna patada a destiempo... Motivos que valieron el abucheo de la grada al descanso.

El Valencia sólo se podía salvar con coraje. A él se encomendó con una jugada en la que Guardado ganó varios rechaces como un bisonte rabioso, crecido ante los aplausos de un público que necesita muy poco para engancharse. Sin embargo, el Swansea acabó cortando y creando una contra mortífera, culminada a placer por Michu, que lo celebró con golpes furiosos en el pecho. Mestalla se encendía contra sus jugadores, hasta el punto de premiar a los rivales tras el tercer gol, obra de De Guzmán tras un soberbio golpeo de falta. El pitido final llevó a la grada a su último estallido de furia.