Las penas son menos con el saco lleno, en este caso, el de los triunfos. El turbulento inicio de Liga del Valencia parece que empieza a enderezarse, con lentitud, sí, falto de brillo, también, pero con efectividad. Cinco goles en tres encuentros, cuatro de ellos de Jonas, han impulsado a los de Djukic, pero las vacilaciones, los desajustes y los nervios cuando pasan los minutos y se gana por la mínima siguen ahí como se pudo observar en la tarde de ayer en Mestalla.

«Competitividad, competitividad» había repetido Djukic esta semana y el equipo lo puso en práctica desde los primeros minutos. Las internadas de los jóvenes Bernat y Fede por una y otra banda levantaban a la grada y pronto empezaron a llegar los primeros disparos a puerta. Pabón, una de las esperanzas blanquinegras, lo intentó tras otra jugada en profundidad por la derecha, pero su disparo lo atajó Rubén. Poco después, Mestalla rugía con un tiro muy bien colocado del descarado Fede.

El partido iba en una sola dirección, salvo reacciones esporádicas de un Rayo que vestía realmente con colores eléctricos. Atrás, sin un Rami sobre el que habrá que esperar a ver qué decide el club, Víctor Ruiz y Mathieu formaban el centro de la zaga custodiados por Bernat y Joao Pereira. El portugués representa la garra y el esfuerzo que tanto parece que se echaba de menos, y ayer no fue una excepción, aunque no es menos verdad que a veces le pasa factura con tarjetas como la que vio en la primera parte por su efusividad.

Javi Fuego, que se enfrentaba por primera vez a su exequipo, con el que fue el mejor recuperador de la Liga la temporada pasada, actuaba entre ellos y la zona más ofensiva, iniciada por el capitán Banega y en la que Jonas era el hombre más adelantado. Su entendimiento con Canales, ayer media punta, se vio desde el inicio con paredes y jugadas a las que, no obstante, les faltaba ese último toque o disparo certero. Curiosamente, el gol llegó cuando el pícaro delantero carioca aprovechó un desajuste de la defensa rayista, para robarles el balón y cruzarlo ante la salida de Rubén. Minutos antes se había enredado solo ante el portero a pase largo de Mathieu, pero en esta ocasión no vaciló.

La sensación de calor, muy presente ayer sobre el césped, menguaba para los blanquinegros y se volvía algo más acuciante para un equipo que llegaba colista y que veía que no saldría de esa posición si todo seguía así. Pese a necesitar todavía más el gol, el conjunto de Paco Jémez seguía muy retrasado, no dejaba a nadie arriba al defender los córners y se encomendaba demasiado a las individualidades. Sus hombres más incisivos eran Lass y el delantero argentino Lamvey. Trashorras dirigía el juego buscando muchas veces las bandas, aunque Joao y Bernat estaban bien para desbaratar las ocasiones visitantes.

No obstante, los problemas empezaban para el Valencia en forma de dolencias físicas como las que sentía Diego Alves, que le condicionaron toda la primera parte, aunque aguantó no sin ciertos problemas. El descanso le ayudó a recuperarse y logró acabar el partido, no sin dolencias. Cosa que no pasó con un Joao Pereira que se fue con problemas en el abductor.

Pese a ir por delante, este Valencia todavía no es el que quiere Djukic ni muchos menos el que ansía la afición. Le cuesta por momentos encontrar los espacios, sufre todavía desconcentraciones y malos marcajes en defensa y, exceptuando a un Jonas en estado de gracia, sufre una preocupante falta de gol.

Bernat subía cada vez más y una internada suya, con pared a Jonas que improvisó un espectacular globo, a punto estuvo en convertirse en el segundo gol. Pero, lo más importante, fue el inicio de un cambio de dinámica. El Valencia volvió a asumir las riendas del choque, con posesión, carácter y también ocasiones de gol. Pero duró demasiado poco. Además, el uno a cero era un margen muy corto, los antecedentes no llamaban al optimismo, y el segundo tanto se intuía cada vez más necesario para evitar vacilaciones y ganar con cierta solvencia tras las últimas y sufridas victorias.

La cojera de Alves, y las limitaciones de un equipo que va a rachas, iban aumentando el enfado de la afición. Todos veían que así no se puede jugar, aunque todavía tuvo tiempo de parar algún que otro disparo del rival. Como era de esperar, se acabó sufriendo, replegados atrás y rechazando los intentos a la desesperada del Rayo.

Por si fuera poco, la única contra que se logró hilvanar acabó muerta en las botas de un Feghouli que falló solo sin portero. La ira de la grada hacia él, tildándole como cierto animal de grandes orejas, denotan lo que siente la afición hacia él. Pero, al final, pese a todo, se ganó el tercer partido seguido y se cerró alguna que otra herida.