Las causas vitales, a veces, nacen de actos casuales. La década de los años 50 tocaba a su fin y José Besalduch, un joven emigrado a Valencia desde el interior de Castelló, era el encargado de obra de uno de los edificios que se construían alrededor de Vallejo, el estadio del Levante UD. Con la estructura ya levantada, sin contar todavía con ascensores, desde la quinta y última planta se contemplaba una magnífica vista del terreno de juego. Allí, desde las alturas de una ciudad en incipiente transformación, Besalduch y su cuadrilla de amigos presenciaban los encuentros. Así le vino, de por vida, la vena «granota», descartando su pasión de juventud, los toros, que le llevaron a formar parte de la peña de Paco Camino.

Hoy, más de medio siglo después, Besalduch es el hincha total. A sus 83 años no ha perdido ni un pelo de su icónica cabellera blanca ni tampoco un ápice de su contagiosa energía. «Camino todos los días 6,3 kilómetros. De aquí a la Renfe y volver», declara Besalduch, que recibe a Levante-EMV en su casa de Benimaclet, junto a su esposa Lolita, fotos de sus ocho nietos y con las mejores galas: traje con corbata azulgrana y la insignia de oro y brillantes del club.

La primera pregunta es evidente. ¿Qué habría pasado si aquella finca, inspiración de su militancia, se hubiese construido en los aledaños de Mestalla? «No creo que me hubiese convertido en valencianista. Mi padre era xoto, y ya me lo dejó claro: no te hagas del Levante UD. Vas a sufrir toda tu vida y no vais a ganar nada. No le hice caso y le dije que a mí me iba la mala vida, las emociones fuertes, los alicientes de luchar para subir, de sufrir para no bajar».

Besalduch, también conocido como «Pepe el Gasolina» „mote que no le gusta y que procede de los 35 años en los que trabajó en la gasolinera de Primado Reig„ apela al alimento espiritual cuando se le pregunta qué significa ser del Levante UD: «Todos los días voy a las nueve y media a misa y a las diez salimos, en la iglesia de San Isidoro, que la levantó un primo hermano de mi padre que era capellán. Pero antes de ir a misa, e incluso antes de desayunar, voy al quiosco de la esquina y me leo todos los periódicos para ver qué ponen del Levante UD. Mi mujer me dice: ´Desayuna primero y ya irás a ver la prensa´. Pero es que no me puedo aguantar. El Levante UD es superior al hambre. No me llevo ningún periódico, pero después invito al dueño a almorzar o tomar un café».

Pocos como Besalduch conocen lo «difícil que fue mantener la fe» durante las cuatro décadas que el Levante UD deambuló en divisiones inferiores: «Ahora cuando veo un partido con 15, 16 o 17.000 espectadores, se me cae la baba y a veces lloro de a emoción. Acostumbrado a ver lo de antes, soy de lágrima fácil. Recuerdo un 13 de enero, en los años 70, en Tercera. Un partido con cero grados contra el Paiporta. Éramos 500». Aquellos fueron los años de plomo para el equipo azulgrana, que llegó a encerrarse en el estadio por los impagos. También en esas vicisitudes, Besalduch arropó a su equipo: «En un Levante-Castellón vi al suegro de Cruyff llevarse los 12 millones de la recaudación en un saco. Y los otros sin cobrar se encerraron en el campo. El dueño de La Clemencia, que de la nada hizo un imperio, él y yo con una furgoneta les llevábamos la comida y la cena a los jugadores, que dormían allí».

Invasiones de campo

Otra de las facetas por las que se distingue Besalduch es por dar calurosas bienvenidas a todos los fichajes del club, a los que sin excepeción abraza y besa augurándoles que van a ser felices en Orriols. «El eslogan es para todos el mismo. Habéis firmado por el club más honrado de España. No os vais a arrepentir nunca. Bienvenidos al Levante UD, aquí vais a acabar vuestra carrera, que este es un club saneado que siempre paga el día 1, les abrazo y veo felicidad en sus ojos. No lo hago por salir en la televisión. Voy porque me nace». El conocimiento de la realidad levantinista ha permitido desarrollar a Pepe una rara habilidad, la de descifrar la asistencia al estadio. Antonio, un amigo de Massamagrell, le pregunta cada partido cuántos espectadores han ido: «Yo por ejemplo le respondo que 14.534. Apenas me engaño. Igual en realidad hay 15.200. De más de mil nunca me equivoco».

La evolución de un partido puede llegar a transformar puntualmente el carácter bondadoso de Besalduch, conocido por la Policía por dos invasiones de campo en pleno siglo XXI: «La primera vez fue en un Levante-Las Palmas, en 2002. Era el minuto 93, un centro bombeado y Descarga entra de cabeza y marca. No me pude reprimir y salté al terreno de juego a abrazarle. Me agarró un policía y me preguntó que qué hacías Besalduch. Le dije que era el minuto 93 y había venido a abrazar a Descarga». La siguiente invasión no fue tan festiva: «Sucedió hace 5 o 6 años. Levante-Girona. Pitaba el infausto Pino Zamorano. Nos decretó dos penaltis que no eran y nos expulsó a dos jugadores. Perdimos, claro. Sé que no está bien, pero al acabar el partido me fui directamente a por él. El delegado, y el que siega la hierba me perseguían. Le dije de todo, de todo. ´¡Policía, policía! A ese del pelo blanco´, se puso a chillar. Me quedé satisfecho».

Sólo «la generosidad» de la Policía al redactar el incidente evitó mayores consecuencias: «Hicieron un parte y me dijeron que firmase. En realidad en ese papel había puesto bastante menos de lo que pasó. Se me propuso una sanción de dos mil euros y dos meses sin ir a ningún complejo deportivo. Mi hija recurrió y tuve que pagar cien euros y estuve un mes sin ir al estadio. Pensé en ir de incógnito, pero la Policía me advirtió que no fuera con tonterías. Guardo el expediente, lleno de palabras suaves, y se lo enseño a mis nietas como si fuese una heroicidad», afirma entre carcajadas. Aquel mes fue una de las pocas veces que se perdió un partido del Levante UD. Puede que no sea la última. Antes de acabar la entrevista, Besalduch repasa el calendario restante y advierte que la romería a la ermita de Sant Mateu, a la que siempre acude, coincide con el partido ante el Atlético. No hay dudas: «Si nos estamos jugando la salvación, no iré a la romería».