«El partido del próximo lunes, en el que España no se juega absolutamente nada». Bueno, sí que se juega algo. La honra. Que es un sentimiento que, normalmente, se lleva en el bolsillo de la chaqueta y que se utiliza de forma convenenciera. Pero en el fútbol, en un Mundial, y en una selección que viene de ganar la edición anterior, la honra es como el valor: se le supone.

El partido contra Australia es importante porque la selección española no se puede permitir acabar como la peor de Brasil 2014. Y como no gane o, por lo menos, empate... va a estar por ahí. Es muy raro que, en tres partidos, una selección sume ni un sólo punto. Históricamente le suele pasar a una media de dos de ellas. Cuando eran 16 las selecciones, porque las desigualdades entre países eran mayores. Ahora que son 32, porque siempre hay alguna que tiene el año malo, pero es complicado que la que más, la que menos, no saque por lo menos, un punto.

Cuando acabe la segunda jornada, la selección de Del Bosque continuará siendo de las peores. Cero puntos y una diferencia de goles de «menos seis», con uno a favor y siete en contra. Ni siquiera lo ha hecho mejor que Camerún, que parece una ruina.

Cuando acaban los Mundiales se hace una clasificación general de las selecciones que se rige por el porcentaje de puntos obtenido. Los que caen a la primera, que ocuparán los puestos del 17º al 32º, juegan con un cociente de tres partidos. En caso de acabar con cero puntos, se desempata con la diferencia de goles. Como España no mejore, se va al hoyo de cabeza.

Un hoyo, el de los últimos clasificados, en el que nunca ha estado una selección campeona (no digamos la vigente). Sí que es verdad que ha tenido alguna selección de un cierto nivel, pero también ha sido abonada a los exóticos de futboles poco desarrollados.

Las selecciones que han jugado tres partidos son las que disputaron los Mundiales desde 1958 a 2010, más los grupos A y B de Brasil 1950 y el grupo A de 1930.

En 1954 se jugó con un extraño «round robin» a dos partidos, en 1934 y 1938, a eliminatorias, y en 1930 y 1950 hubo grupos irregulares con tres o dos equipos.

Por la mínima o por goleada

No va a pasar, porque no puede pasar, pero España debería por lo menos puntuar para salir de ese cuadro de deshonor y porque... una nueva derrota seguiría bajando puestos hasta correr el riesgo de ser una de las diez peores actuaciones de toda la historia. Como para echarse a temblar.

Porque una cosa es perder los tres partidos y otras es cómo hacerlo. Hubo hasta cinco selecciones que lo han hecho con buen tono: perdieron los tres partidos, pero los tres por la mínima. Por eso, su saldo goleador es -2. Son las de Irak 1986, Suecia 1990, Marruecos 1994, Japón 1988 y la más reciente de Camerún 2010 (1-0 con Japón, 2-1 con Dinamarca y 2-1 con Holanda). A partir de ahí aparecen ya algunas derrotas un poco más abultadas, alguna actuación con dos derrotas dignas y una paliza... y así iríamos descendiendo hasta el pozo.

En la zona más baja hay tres selecciones con -12. Está Arabia Saudita del Mundial de Japón y Corea de 2002, que recibió un 8-0 de Alemania; El Salvador del Mundial de España 82, con aquel célebre 10-1 del que se hablará siempre mucho más que de las dos aseadas derrotas ante Argentina y Bélgica o Haití en Alemania 1974, golpeado por Polonia (7-0) y Argentina (5-1), pero que se permitió el lujo de dar un susto monumental a Italia (3-1).

En el mundial germano se encuentra la peor actuación histórica: Los zaireños que, tras perder con dignidad ante Escocia (2-0) fueron aniquilados por Yugoslavia (9-0). Se cuenta que el dictador Mobutu Sese Seko les dijo que si perdían por cuatro goles o más ante Brasil, se fueran preparando. Cayeron por 3-0. Resulta curioso lo de las dos «marías» de aquel mundial. La actuación de Zaire está considerada un ridículo y los haitianos recuerdan con orgullo la suya. Y aún hay que decir que fue peor la participación de Corea del Sur en 1954, que acabó con -16 en dos partidos. Dos derrotas por 9-0 y 7-0 ante Hungría y Turquía.

Australia ha demostrado ser una selección aceptable, a la altura de la cita. Pero ante la que no hay excusas a priori para no ganarles. Sobre todo, cuando la ignominia está en juego.