La conexión entre el fútbol y la literatura ya no es aquel páramo en el que toda referencia empezaba y acababa en Nick Hornby, Eduardo Galeano o Vázquez Montalbán. La producción artística en torno al balón ya es un género con tradición y cada vez más músculo, con un especial protagonismo en autores valencianos. El pasado viernes, la librería Dadá acogió un debate, apadrinado por el portal valenciano Highbury.es, con los autores de tres de los últimos libros nacidos con el fútbol como inspiración. Créixer sense Maradona (Drassana), que comprende relatos de una nueva hornada periodística integrada por Alejandro Zahinos, Carles Fenollosa, Albert Asunción y Antonio Mateo; Infrafútbol (Libros del KO) del redactor de Levante de Castelló Enrique Ballester y La Balada del Bar Torino (Drassana), de Rafa Lahuerta, que se unen a la celebrada adaptación al fútbol de cuentos infantiles del historiador Miquel Nadal en Somiar gols (Drassana).

Tres obras para abordar tres distintos estados de ánimo vinculados al fútbol. Zahinos, periodista de Levante-EMV explicó que es miembro «de una generación futbolística politeísta», la primera que nació con posterioridad al clímax maradoniano de México 86: «Hemos crecido sin grandes referentes como Pelé, Cruyff, Maradona o Di Stéfano», pero con referentes como Guardiola y Pablo Aimar que acompañaron el tránsito en la adolescencia, la base sobre la que forjar un propio relato: «El drama no es crecer sin Maradona. El drama es crecer y nosotros queríamos dar nuestra visión del mundo. El fútbol es un poco como la vida. Hay muchos momentos en los que no pasa nada y de repente vienen chispazos que justifican todo el aburrimiento», indicó Zahinos.

Las peripecias del CD Castellón son la causa de los desvelos de Enrique Ballester, que ha vivido todas las edades posibles del club de Castalia. Una infancia en Primera, territorio al que siempre se aspiró volver antes de que la calamitosa gestión de la entidad la haya conducido a un ilustre escudo a las alcantarillas del fútbol, a Tercera, a un Infrafútbol convertido «en un relato subjetivo de mi relación de amor-odio con el Castellón». La obra, un ajuste de cuentas camuflado con el sentido del humor del autor, late el sentimiento de pertenencia a unos colores en las peores circunstancias posibles: «Uno no es de un equipo solo, sino de los que es y representa colectivamente», describía Ballester. «Es curioso que en el país de Deportes Cuatro, de Messi y de Cristiano, la gente joven de Castellón para sentirse representada acuda a Castalia», sintetizaba el periodista, contrario a las biografías express de los jugadores y a «obras wikipédicas» pero que aplaude que el fútbol ya se aprecie por su sello literario: «En el Erasmus me decían que no tenía pinta de gustarme el fútbol», confesaba en la charla conducida por Xavi Heras, representante de Highbury.

El «testamento» de Lahuerta

Entre el entusiasmo de Zahinos y la vendetta de Ballester, la voz de Rafa Lahuerta apuntaba a la necesidad de hacer balance de una época finita, la que impregna el recorrido sentimental de su Balada: «Es básicamente un testamento, el libro de alguien que está harto del fútbol y de uno mismo», razonaba Lahuerta, para quien su obra «ha sido una terapia en un momento delicado de mi vida», en el que el paso y el cambio de su entorno obliga a pasar página, con la coincidencia del cambio histórico de propiedad de un Valencia del que, aunque ya no es el mismo con el que convivió, nunca acaba de alejarse del todo: «Entre un partido del Valencia que me consume la vida y un libro que me ensancha la mirada, prefiero el libro», decía Lahuerta, que alertó del riesgo de «futbolización» de la política.