Un sábado o domingo por la mañana cualquiera, durante un partido de fútbol en cualquier campo de la periferia de Valencia. El entrenador de un equipo alevín ordena a uno de sus jugadores que entre al área a rematar un córner. Dos padres, apostados tras la portería, dan la indicación contraria: «Joselu, quédate fuera para el rechace.¡¡¡Al rechace, al rechace!!!». El aprendiz de futbolista, un niño de 11 años, se queda a medias, bloqueado, y el balón termina fuera sin que intervenga en la acción. En el campo de al lado, se oyen gritos. Alguna falta, una entrada sospechosa, cualquier cosa, ha caldeado el ambiente. Padres y madres se entrecruzan palabras de desprecio, algún insulto grave incluido. La reclamación de una tarjeta por parte del equipo local es contestada febrilmente por los padres del otro bando. Entre los gritos, hay miradas amenazantes. Un padre, con una cerveza en la mano y un cigarro en la otra, pronuncia casi una docena de improperios seguidos. Otro se lamenta, con la voz afónica, de que a su hijo le hayan sentado en el banquillo. Más que un partido de fútbol base, parece la final de la Champions.

Por tratarse del deporte más popular y que más ídolos produce, el fútbol base sufre un problema que sólo admite soluciones desde su raíz. Paradoja: la irresponsabilidad de muchos padres, su afán por intentar que su hijo llegue algún día a la élite, les convierte en los grandes enemigos de los niños. Este grupo de «espectadores» no solo contradice las órdenes del técnico desde el otro lado del campo, sino que algunos llegan al extremo de considerar que su hijo sufre alguna extraña persecución que le impedirá llegar a lo más alto. El asunto no es ninguna frivolidad. Muchos niños son convertidos en proyectos de estrellas del fútbol por sus propios padres, con la carga de esclavitud emocional que ello conlleva. Son progenitores que creen tener a un «Messi» en casa, cuando en realidad sólo se trata de niño en edad de aprendizaje. Un buen futbolista en muchos casos, sí, pero nada más. No admiten que, como él, hay 200.000. «El problema está en que el papá o la mamá proyecta sobre el niño algunas de sus frustraciones. Y actúan sin caer en la cuenta de que la excesiva presión produce un bloqueo emocional en el niño. La mayoría de estos chavales llegarán a los 16 años con la ilusión mermada, cansados de jugar para destacar y ganar y no para divertirse con su deporte favorito», explica una psicóloga clínica infanto-juvenil.

Cualquier psicólogo da rápidamente el diagnóstico de este perfil de padres tóxicos: «Frustración no resuelta». El problema es que los chavales son material inflamable, muy sensibles a aprender lo que ven en casa. Si la escala de valores no está perfectamente construida, con la educación y el respeto en la cúspide, algo se está haciendo mal. Más de tres meses de presencia de este periodista en multitud dan para una larga colección de acciones dignas de duras sanciones. Pero algunos árbitros, temerosos al tener que volver a arbitrar al mismo campo, permiten acciones inadmisibles. Como en un partido de fútbol sala benjamín, en Corbera, donde un niño de 9 años se llevó las manos a los genitales y dedicó una «peineta» hacia los padres del equipo visitante después de haber cometido tres faltas que el árbitro no castigó. En vez de recriminarle su acción, el padre defendió la acción del chaval. Para colmo, el trencilla no reflejó nada en el acta. Ocurrió en Corbera, pero estos hechos se repiten con alguna frecuencia en todas las disciplinas del fútbol federado. Como en diciembre pasado, en las instalaciones del Rumbo, donde una madre denunció a un entrenador del Paterna alevín por supuestos insultos a su hija, miembro del equipo alevín. El técnico no sólo lo negó, sino que contraatacó con una denuncia por injurias. «Todo el lío lo montaron los padres», aseguró. La pasada semana, el escándalo saltó en el Malvarrosa-Torre Levante de categoría juvenil. Un jugador visitante terminó con una profunda herida en la pierna tras un intercambio de golpes, con padres de por medio. El encuentro tuvo que ser suspendido en el descanso. La hemeroteca nos ofrece tristes enfrentamientos entre adultos durante partidos de niños, con los padres como causantes de las trifulcas.

Afortunadamente, hay otra cara en fútbol base. Hay padres que saben dar ejemplo a sus hijos. «Sobre todo los que han competido en algún deporte, porque ellos saben que el entrenador es el que tiene la palabra y el árbitro, tenga razón o se equivoque, es el que cumple la función de juzgar», asegura la psicóloga. «Si no hacemos que los niños lo entiendan así, estamos haciendo un flaco favor a la sociedad», añade la psicóloga. Afortunadamente, cada vez son más los equipos que organizan planes de formación para que los padres sepan comportarse en el fútbol base. Pero todavía queda mucho camino por recorrer. Sólo hace falta hacer un breve recorrido por los campos valencianos para comprobarlo.