­Los grandes campeonatos del mundo de deporte individual, los de atletismo y natación, suelen tener unos protagonistas efímeros que pasan a una pequeña gran historia, y desaparecen con la misma rapidez que llegaron. Son los deportistas de países poco desarrollados, que participan merced a los cupos que conceden las federaciones internacionales y que se caracterizan por hacer unas marcas impropias de una cita de altísimo nivel. Son recibidos con cariño y atención mediática durante unos días o unas horas, según sea de profunda su historia.

Baréin no es tercer mundo económicamente (es primero), pero sí deportivamente, donde sus grandes éxitos los ha conseguido merced a un proceso de nacionalización sistemática de atletas africanos. Pero la participación ayer de su nadadora, esta sí nativa, Alzain Tareq, no estuvo marcada tanto por su discretísima marca, sino por tratarse de una niña de diez años. Una participación que ha provocado las críticas a la Federación Internacional, que ayer se escudaba en la necesidad de «promocionar la natación , porque hay que recordar que cada año mueren 377.000 personas ahogadas en todo el mundo». Así lo defendía el presidente de la FINA, el uruguayo Julio Maglione.

Tareq compitió en la primera serie pero no de estilo libre, sino en 50 mariposa, una especialidad en la que ya se requiere cierto virtuosismo técnico. Junto a nadadoras de Bangladés, Kosovo, Etiopía e Islas Marianas del Norte „la primera serie de estas pruebas están reservadas a los competidores menos dotados„. Quedó última, muy última, con 41,13 segundos (la mejor en las series, la sueca Sarah Sjostrom, lo hizo en 25,43). No es un tiempo infame pero no es admisible en una alta competición. Si sirve de ejemplo, estaría en la línea de la campeona autonómica benjamín de 100 mariposa (no existe el 50 en esos campeonatos), la gandiense Marina Camps, que hizo 1.27,16.

Al acabar la prueba, a nadie interesaba la nadadora de Kosovo ganadora de la serie. Más de media hora estuvo la niña atendiendo a los medios. Y sin pelos en la lengua: «Es difícil para mí batir el récord mundial, pero puedo hacerlo cuando sea mayor. Cuando tenga 15 años o 16». También relató que «algunas nadadoras se han sorprendido al verme nadar aquí y me han preguntado mi nombre y mi edad» y que combina su presencia en la escuela con los entrenamientos, cinco veces a la semana.

Aunque su actuación no tuvo el patetismo del anti-nadador más famoso de la historia, „el ecuatoguineano Eric Moussambani, aquel que en Sidney 2000 las pasó canutas para completar cien metros libres en un tiempo que será peor que la niña de ayer„, sí que va a dar que hablar. La FINA no tiene establecido actualmente un límite de edad. A primeros de los noventa, una niña prodigio, la alemana Franziska van Almisick, no pudo participar en el Mundial de 1991 porque entonces sí que había límites. Los mismos que la Tareq le impedirán participar en unos Juegos Olímpicos hasta la cita de Tokio 2020, cuando ya tenga 15 añitos.

La natación es un deporte de precocidad, aunque en las últimas épocas se esté observando un alargamiento de la vida de los competidores al más alto nivel. Pero, por ejemplo, con siete años de edad ya se hablaba de que una niña australiana llamada Shane Gould estaba llamada a ser una figura mundial. Fue la misma que, con 14 años, ya hacía marcas a la altura de los mejores hombres poco más de una década atrás, y que a los 16, en Munich-1972 se llevó cinco medallas y aún fue menos de lo esperado. O la húngara Krisztina Egerszegi, que rozó la medalla en un campeonato de Europa con 13 años y fue campeona olímpica un año después, en Barcelona 92. Alzain aún tendrá que mejorar mucho para escapar de la primera serie clasificatoria. Tiene toda la vida por delante.