José Luis López, el nuevo arrendatario de Pelayo, sabía mejor que nadie que la de ayer no iba a ser una partida más. Ni mucho menos. Por eso, más de una hora antes de que comenzase el juego, caminaba intranquilo y apresurado, de una esquina a otra del trinquet, repasando in situ cada detalle, cada losa, cada centímetro de la «catedral». Nada podía fallar en la esperada reapertura de Pelayo, con una afición hambrienta de pilota.

Y nada falló en una gran final del Individual de «Escala i Corda» cuyo primer quinze se lo apuntó Ximo Puig. Por primera vez desde 1868, el president de la Generalitat valenciana presenció la partida desde la escala del trinquet, entre el 8 y el 9, como uno más. Ni Lerma, que huyó espantado tras recibir una sonora pitada, ni tampoco Zaplana, Olivas, Camps y Fabra, todos ellos rara avis en los trinquets, se plantearon nunca ver una partida hombro con hombro con los aficionados. «Es un homenaje del president de la Generalitat a la pilota», señalaba el propio Puig después de dejar boquiabiertos a los más asiduos del lugar. El de Morella estuvo acompañado por el conseller de Educació i Esport, Vicent Marzà, y juntos se fotografiaron con la parroquia, que aplaudió el gesto a la espera de que los nuevos presupuestos se encariñen algo más con la pilota.

Todo ello con Enric Morera, president de las Corts, y una amplia representación de las instituciones públicas y el mundo de la pilota en el palco de autoridades. Allí se agrandó la figura de José Luis López, un anfitrión más que satisfecho con el desarrollo de la mañana.

Pero eso fue antes de que Soro III y Puchol II, los verdaderos protagonistas, probaran la pelota. Ambos estuvieron arropados desde el calentamiento por el calor de sus seguidores, fieles hasta el final. Los gritos de «¡Quico, Quico!» (Soro III) y los de «¡Pucholet, Pucholet!» luchaban en las gradas con el mismo ímpetu y elegancia que los pilotaris imprimían a cada acción del juego.

El público se contagió de la tensión y la sana rivalidad y se metió de lleno en la partida. Cada respetuoso silencio en la «ferida», venía seguido de voces de admiración, suspiros por los errores y exclamaciones irreproducibles al finalizar cada quinze.

Los juegos, infinitos por la igualdad de la contienda, estuvieron salpicado de pausas que dieron color a la partida. Así, mientras se buscaban las pelotas perdidas, se cantaba la marcha de las apuestas, los jugadores buscaban apoyo entre el público y los aficionados comentaban la última jugada. Podien deixar-ho aixina i que juguen altra partida el diumenge que ve, apuntaba un seguidor de Puchol II con el marcador 50-50.

La remontada de Soro III

La remontada de Soro III, que llegó a ir perdiendo 35-50 y con un Val en contra, se forjó en la emoción y los caprichos de Pelayo. La pelota empezó a rebotar en los sitios más insospechados, incluso llegó a quedarse encalada en una de las lonas del techo. Un final de infarto.

Paco Cabanes «Genovés» seguía la batalla bajo la corda, con una cara que irradiaba felicidad. La pilota, el deporte al que tanto dio y que tanto le devolvió, continúa viva.

Poco antes de las dos de la tarde, después de más de dos horas de intercambio de golpes, Puchol II sufrió una rampa en el antebrazo derecho. No podía abrir la mano. Era el prólogo del cuarto título anunciado de Soro III, afónico después de celebrar su quinze ganador con toda la rabia que podía contener.

Al de Massamagrell no le quedaban fuerzas ni para llorar. Lo hizo en la intimidad, después de que todos se fueran del trinquet, agradeciendo a su hermano Quique que cogiera un avión desde Inglaterra para ver la partida.

Por su parte, Puchol II se quedó con los suyos, contando los días para la reedición de la final. Porque ellos, como Pelayo, también volverán.