En la categoría Alevín, de 10 a 12 años, las diferencias entre los niños de primer y segundo año también son notables. Un revelador ejemplo se encuentra en el grupo D3, en el que conviven dos equipos que todavía no han ganado, ni empatado, un partido. Es más, cada fin de semana reciben severas goleadas. Se trata de dos equipos de primer año, el Discóbolo A y el Malilla D.

Víctor Florit, entrenador del alevín del Malilla, tiene claro que estos datos no son coincidencia. «Los niños entrenan mejor que juegan, porque llegan al partido, ven que los contrarios son más mayores y se asustan de verlos más altos, que chutan más fuerte...», explica. «Por desgracia, lo raro es encontrarte con un entrenador como el del Aielo de Malferit. Depende mucho de las escuelas, las hay con más caché que llegan, nos conocen y les dicen a sus niños que toquen el balón, que jueguen desde atrás... Pero hay otros que están tirando siempre a gol porque saben que te pueden meter 20 goles. Y si encima les dices que aflojen se te revuelven. Hay equipos que no te dejan ni sacar de portería para meter más goles», señala Florit, quien resalta el papel que juegan los padres. «Son lo mejor que tengo. Vamos perdiendo 13-0 y están animando siempre y si metemos un gol hay hasta bocinas. Eso a los críos les anima mucho.

Para este técnico la solución, aunque complicada, está clara: «separar edades». «Me pongo en la piel de la federación y sé que es difícil. Por lo menos, primer y segundo año deberían estar separados para que los niños jueguen con gente de su edad, y seguro que los partidos se equilibran. No se debería separar los grupos por letras A, B, C, D... sino por edades», concluye Florit.

Lo mismo piensa Manolo, padre de uno de los alevines del Malilla D. «La Federación tendría que tomar cartas en el asunto, porque hay una diferencia abismal en los grupos. Hay niños que miden 1´40 y tienen que jugar contra uno de 1´70, más grandes que yo. Ahí pasan a la fase de no divertirse tanto, sólo por una traba de tipo físico. Menos mal que lo suplen con ganas de aprender a jugar al fútbol», resalta. «En principio cuesta adaptarse, porque los niños tienen ilusión de venir a practicar un deporte, hacen amigos, pero ven que les caen muchos goles. Moralmente se pueden hundir, pero nuestra sorpresa es que ellos han empezado a valorar otras cosas, como el compañerismo, animarse entre ellos, animar al portero... Todos han hecho una piña en el equipo para motivarse», sentencia este padre.