Docenas de chavales persiguen el balón sobre una terraza del castillo de Sagunt, sin la preocupación de que vaya a caer ladera abajo. Las reglas están muy claras: un montón de niños a un lado; el mismo número, aproximadamente, al otro, con el objetivo de llevar la pelota hasta el muro de enfrente, sin levantarlo del suelo. Es un partido de fútbol retro, muy retro. Estos niños juegan al fútbol como lo hacían los ingleses en la Edad Media, cuando el desafío del juego no era otro que llevar el esférico de una población a otra. El equipo que primero lo transportaba con el pie al municipio rival, vencía.

La pelota es el centro sobre el que gira la filosofía del No Solo Futbol Club Sagunto, un colectivo multicultural que, sin quererlo, desafía el sistema del fútbol competitivo, implantado hoy desde las categorías más bajas. El equipo se niega a entrar en la estructura del fútbol base federado hasta que sus chavales alcanzan la categoría alevín (10 años). Hasta entonces, jugar al fútbol es para ellos un ejercicio de diversión, de libertad, limitado a la espontaneidad de la infancia. Sobre la órbita de la pelota gira todo lo demás: un sistema de valores perfectamente establecido que ya querrían para sí muchas escuelas de fútbol. Un ejemplo: los padres no tienen derecho a protestar en los partidos.

«El balón es el poder, el Dios sobre el que organizamos actividades culturales. Si tú les dices a los chavales que nos vamos un día a visitar museos a Valencia, sólo se apuntarán unos pocos. Si les dices que vamos a jugar un partido y que luego vamos de visita cultural, entonces vienen todos», asegura Javier Alcaina, entrenador es impulsor del No Solo Fútbol Club Sagunto, que también funciona como asociación. «El inicio fue con unos 14 niños de segundo de Primaria (del colegio Villar de Palasí) y hemos ido evolucionando hasta contar con más de 60 chavales. Pero sólo tenemos dos equipos federados de alevines», añade Javier, un abogado que ejerce de profesor que ha revolucionado la enseñanza del deporte rey. Niños, y padres, están encantados con un proyecto tan imaginativo como integrador. «Somos el único equipo de fútbol que trata a sus jugadores como beneficiarios. Les enseñamos desde pequeños, además, a gestionar el club. Ellos son los que han de darle continuidad a esta historia. Nadie paga. Sobrevivimos con tres patrocinadores (Sagas, Lafarge y Pollos Planes) y jugamos en el polideportivo municipal que nos presta el Ayuntamiento de Sagunt», explica.

Con los años, el No Solo Fútbol Club Sagunto evoluciona por las leyes naturales y el impulso humano de sus integrantes. Por encima de todo, es una máquina de humanizar a través del fútbol. «La inmigración, bien aprovechada, te permite crear equipos Champions en todos los sentidos. Somos capaces de llenar la Glorieta de Sagunt con un concierto en valenciano o de reunir al equipo rival y al árbitro después de cada partido que jugamos en casa», explica Javier. Se refiere al «tercer tiempo», donde el club saguntino invita a un zumo a los futbolistas contrarios y le pone nombre el árbitro. En vez de cantar en el vestuario el «ganar, ganar y ganar» prima la tolerancia y el respeto. Todo lo que venga después, bienvenido sea. «Nuestros equipos alevines empiezan mal, pero en las segundas vueltas ya son capaces de competir contra los mejores. Si sólo uno de nuestros futbolistas llegase a la élite, nos habremos cargado el sistema», apostilla el alma mater del equipo que ha revolucionado el fútbol base español. «El objetivo es recuperar el fútbol como juego, dejando el lado competitivo. Los niños disfrutan y no se queman, como ocurre en general. Porque al final, el fútbol es diversión. Lo saben todos los que juegan en edad veterana», explica Javier, que se crió en los suburbios de París en un ambiente interracial. Exactamente igual que su hijo, integrante del No Sólo Futbol Club Sagunto, el colectivo que enseña a sus integrantes cuál es el camino correcto de la vida en torno a un balón de fútbol.