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Atrocidades

Atrocidades

Dame la historia más épica que se te ocurra, que muy a gusto te la desmonto. ¡La de Mike Tyson en Las Vegas y en 1986, cuando se convirtió en el más joven campeón del mundo de los pesos pesados!, dirá alguno. Pues la de Mike Tyson en Las Vegas y en 1986, cuando se convirtió en el más joven campeón del mundo de los pesos pesados, acepto, y respondo.

El 22 de noviembre de 1986 Mike Tyson tenía 20 años y poseía un magnetismo indomable, propio de la juventud desafiante de quien se cree, y lo parece, un semidiós. Mientras esperaba en su esquina el toque de campana que iniciara el combate más importante de su vida, uno de esos que llaman del siglo, se le acercó Muhammad Ali, quizá el mito más grande que el deporte ha conocido, y que se hizo escuchar bajo la ensordecedora maraña de ruido que gobernaba el recinto de Las Vegas. «Vence por mí», le dijo a Tyson nada más y nada menos que Muhammad Ali, señalándolo de alguna forma sucesor y sugiriendo una venganza justa y necesaria. El rival de Tyson, el que aguardaba en la esquina contraria aquella noche, era el jamaicano Trevor Berbick, el boxeador que apenas cinco años antes había jubilado a Ali en su último combate.

Tyson, que lo idolatraba, que ya en el reformatorio juvenil había asistido a una charla de Ali, arrancó la pelea en modo torbellino agresivo, y en una secuencia magistral noqueó, ágil, plástico y feroz, a Berbick. El verdugo de Ali le duró poco más de un asalto. Tyson brillaba como una roca luminosa en lo alto del ring, campeón, más poderoso que nunca tras sobrevivir a una historia de delincuencia, desestructuración social y detenciones prematuras, rozando con la yema de los dedos más dinero del que jamás había soñado ganar. Era aquella una estampa de gloria y de épica, pero ni la gloria ni la épica preocupaban a Tyson en ese momento. A decir verdad, como confesó tiempo después, su pensamiento era más mundano. Había ventilado rápido a Berbick, había asombrado al mundo no tanto por las palabras de Ali, que igual un poco también, ni por la motivación de alquilar un apartamento con vistas a la inmortalidad, eso parece claro que no. Había apostado por la vía rápida para aliviar cuanto antes una molesta incomodidad en la entrepierna. El caso es que Tyson sufría desde la noche anterior el dolor propio de la gonorrea que, tirándose a todo lo que se tiraba, promiscuo, no sabía con quién, ni dónde había contraído.

Y es que, como las procesiones cuando llueve, como la verdadera belleza, la verdad suele ir por dentro. Espero no ser el único que en estos días de fríos amaneceres conserva el pijama debajo del pantalón vaquero, a la hora de llevar a los niños al colegio, momento previo de volver a la cama a apurar los últimos minutos de sueño. No será algo popular, pero al menos lo comparto aquí, no me escondo. Siempre que espero tras la valla a que mi hija entre en el edificio diciéndome adiós con la mano, me pregunto qué esconderán en su interior todos esos padres que se presentan puntuales, impolutos, trajeados y recién duchados, en sus coches de alta gama.

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