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Alrededores

Si jugara en Osasuna, fuera defensa y me llamara Flaño, le pegaría un viaje a un rival y le susurraría al oído: una vez al Flaño no hace daño.

Llevo tantos años escribiendo de fútbol que ya solo se me ocurren cosas así. Divago por los alrededores -las paradas son mérito de Dios y los fallos son responsabilidad de Keylor, mal negocio- porque con el juego no me atrevo. Llevo tanto tiempo dándole a la tecla que me habré tropezado con dos mil contradicciones, básicamente porque hasta llegar al escepticismo actual abracé cuatro millones de dogmas. Crecí odiando a Javier Clemente y todo lo que representaba y ahora lo lamento de veras, porque me cae bastante bien el tío, aun teniendo en cuenta sus idas de pinza. Crecí odiando a Clemente casi por inercia, como tantos otros. Escuchaba cada noche a De la Morena con los auriculares en la cama, bajo dos páginas de As colgadas en la pared: la portada que siguió a la derrota en Chipre, «Clemente Dimisión» si la memoria no me falla; y una crónica de Javier Ares sobre una victoria en la Vuelta del Chava Jiménez, mi ídolo ciclista.

En realidad es curioso cómo nos moldeaban en compartimentos estancos. El paquete era indivisible: amar a Valdano, Víctor Fernández, José Tomás, Banesto y el Chava Jiménez; y odiar a Clemente, Van Gaal, Vía Digital, la Once y Abraham Olano.

Construían una historia tan simple de buenos y malos que nos convertían en clichés andantes. Me influían tanto que condicionaban hasta las convocatorias que hacía con mis amigos en los campeonatos de Subbuteo, o en el PC Selección previo a la Eurocopa de Inglaterra.

Ahora parece ridículo, pero era así. Uno se cree muy listo, muy especial, pero nada más lejos de la realidad. Eso pasa sobre todo en la adolescencia, cuando pensamos que sabemos todas las respuestas, pero ni siquiera conocemos las preguntas.

Una noche vino De la Morena a hacer su programa en un hotel de Castelló y yo estuve ahí tras un par de horas de cola. Después me acerqué y me firmó un autógrafo, uno de los dos o tres que he pedido en mi vida, y resultó toda una experiencia mística. Superé mi timidez, le dije a Joserra que tenía su libro y que de mayor quería ser periodista, y me estrechó la mano sin haber soltado el bolígrafo. No me ha vuelto a pasar. Ni lo de leer sus libros ni lo de la mano.

Con el fútbol sucedió que la experiencia me alejó de la mayoría de las verdades absolutas. Lo mismo con el periodismo, que es como decir lo mismo con la economía o lo mismo con cualquier otra cosa. Ve y monta en el campo del Llosa de Ranes, en el descanso después de la rifa por ejemplo, una charla sobre la salida de balón lavolpiana, la banda que escribía torcido o la economía del bien común, que viene a ser todo lo mismo, más o menos, digo. Problemas del primer mundo.

Haced lo que queráis, pero yo me quedo en los alrededores, con mis dilemas, con mis guerritas: ya es hora de prohibir que los futbolistas besen los escudos hasta que no lleven diez temporadas en el mismo club de fútbol, y por qué el filial del Elche se llama Elche Ilicitano. Hay otro Elche, acaso. ¿El Elche Murciano?

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