Dicen, y es muy cierto, que de «la festa, la vespra». Por mucho que oigamos que el 19 de marzo es el día grande de las Fallas, los que las conocemos desde niños sabemos que el día más hermoso, el más multitudinario y seguramente el más esperado es el de su víspera. Este viejo refrán popular se manifestó con toda claridad en la final del torneo fallero. Programada para la mañana del día 19, con las gentes agotadas de la «vespra», coincidiendo con otros atractivos espectáculos taurinos, la final del torneo fallero sufrió un bajón en la respuesta de los aficionados, que apenas cubrieron la mitad del aforo. Y eso que el cartel no podía ser más sugerente con la presencia del campeón individual, acompañado de Héctor, un joven maestro de la estrategia, frente a una pareja de la Marina Baixa, como Pere Roc y Santi. Llegaron estos, con mucha fama de haber encandilado en la partida semifinal, pero se encontraron con una dura realidad: la inmensa calidad de un Puchol II, deseoso de desquitarse de la decepción en la Lliga, y con un Héctor, especialmente motivado para esta cita, por razones personales y por aquello de la autoestima en quien tiene el sello de ser jugador calculador, sabio, paciente y decidido a la vez. Todas esas virtudes que hacen de un pelotari respetado y admirado. Ayer, Héctor superó a un Santi que no mostró precisamente su mejor versión. El de Finestrat acusó el esfuerzo o el horario -que todo influye-, pero erró más de la cuenta.

Así es que a Pere Roc se le amontonó la faena y aunque plantó cara, poco podía hacer frente a un inspirado Puchol, al que le vimos llevar la partida con comodidad, sin perder la concentración pero con manifiesta superioridad. Dio la impresión de que no necesitó sacar a relucir todo su potencial en la reserva.

Sabe usar las dosis adecuadas. Al final, un 60 a 35 clarificador y una partida, que, no nos perdamos en circunloquios, defraudó más que otra cosa. A Puchol II y a Héctor ayer les faltó contra.