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El factor humano

El factor humano

Siguiendo el camino marcado por la NBA, que en este bendito negocio va medio siglo por delante, las puertas del vestuario local de La Fonteta se abren tras cada partido. En las entrañas del pabellón, los jugadores de Valencia Basket atienden siempre y sin excepción a la prensa durante un periodo de entre diez y quince minutos. Todos y cada uno de ellos, generalmente con las rodillas y tobillos envueltos en hielo, la mayoría con ganas de meterse en la ducha o tratarse en la camilla de los fisios, dan la cara. Ha ocurrido esta temporada tras cada encuentro. Ganándole al Barça para clasificarse a las semifinales del playoff o perdiendo contra Unicaja la maldita final de la Eurocup. Ese breve periodo y, sobre todo, en las distancias cortas que generan los Media Day previos a competiciones importantes, emerge el factor humano de una plantilla ya histórica. El factor humano, sí. Ni los centímetros, ni los fundamentos, ni los intangibles. El factor humano. Sin lugar a dudas, una de las principales razones del éxito del equipo que dirige Pedro Martínez, flamante miembro del selecto club Euroliga 2017/18, al que únicamente acceden cinco franquicias por méritos deportivos. Una de ellas es Valencia.

En la plantilla de Valencia Basket hay estrellas rutilantes, medallistas olímpicos como San Emeterio que, buscando el objetivo grupal, han sabido renunciar a minutos, buenos tiros y premios individuales. En la plantilla hay jugadores procedentes de la NBA como Slava Kravtsov, que el pasado sábado no disputó ni un solo minuto contra Baskonia y se dejaba el alma animando desde el banquillo con las cuatro palabras que chapurrea en castellano. La plantilla de Valencia Basket tiene un MVP -Bojan Dubljevic- que cada vez que sale de la pista al ser sustituido durante un encuentro choca el puño con uno de los aficionados más activos de La Fonteta. Gestos, detalles, grandeza de alma que generan una simbiosis con la grada difícil de explicar si no se vive a pie de parket. Pero lo más simbólico ocurre con las luces del pabellón apagadas. Después de los partidos. Hora y media después del bocinazo final, los jugadores abandonan las tripas del pabellón. Todas las noches, a esas horas, un grupo de aficionados no superior a treinta se arremolina junto a la puerta de salida. Campeones de todo llegados de Francia, República Centroafricana o Badalona reparten fotos, autógrafos y amabilidad hasta que no queda uno. En factor humano, la plantilla de VBC ya era Euroliga. Desde el primer día.

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