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Toni Calpe, el Paul Newman granota

Toni Calpe, el Paul Newman granota

Hace tiempo que quería escribir de Toni Calpe. No por nada en especial. Sencillamente porque se nos hace mayor -el temps passa que vola- y periódicamente conviene echar la vista atrás y recordar a esas personas que nos hacen estar tan orgullosas de nuestra militancia granota. Escribir de Calpe es un reto mayúsculo porque el grauero es, ni más ni menos, la gran leyenda viva del levantinismo y el mejor jugador que la sangre levantina ha dado al fútbol. El otro escollo es tratar de poner distancia para escribir de alguien a quien tanto admiras.

Ellos siempre se sintieron campeones de Copa, recordaba Antonio cuando hablábamos de la del 37, la de la España Libre, el gran título del club, del que en una semana se cumplirán 80 años, aún sin reconocimiento oficial de la RFEF. Ernesto, padre de Toni y de Ernesto, fue un defensor legendario, de los que se batieron el cobre por convertir al Llevant FC de los años 30 en el mejor equipo valenciano de la década; uno de los que secó a la delantera del Valencia -Domenech, Goiburu, Vilanova, Amadeo, Richart- en Sarrià para hacer valer el tanto de Nieto (0-1) y acabar levantando el título. Según las crónicas el partido fue un auténtico cuerpo a cuerpo, nada que ver con la liguilla previa a la final, en la que el Llevant arrasó al Valencia con un fútbol esplendoroso: 0-4 en Mestalla y 5-2 en Vallejo. Aquel once blanquinegre -que jugaba ya entonces de blanquiazul- tenía auténtico gladiadores, además de Ernesto Calpe: Valero, Olivares, Dolz, Calero, J. Rubio y al gran Juanito Puig, trencatobillos, en el banco; y quilates de talento en la vanguardia: Gaspar Rubio, Martínez Català y Nieto, con Fraisón y Paco Puig en las alas. Cuántas veces escucharon en casa Antonio y Ernesto el relato de la gran gesta levantina, enterrada por el franquismo, de boca de su padre, en la casa donde crecieron, justo al lado del Camp de la Creu. De padres a hijos, de boca a orella. Así se transmitió el levantinismo durante décadas, especialmente tras la represión franquista al club más señalado por los vencedores golpistas.

Salva Regües sentía devoción por Calpe y hablaba maravillas de él, como futbolista, por supuesto, y como persona. Una noche, cuando yo apenas conocía al mito, Salva nos llevó a unos cuantos a cenar con él a la Marisquería Bolos, que se encontraba, a la sazón, en ese punto mágico entre la rancia tradición y la decadencia. Me recuerdo embelesado, escuchándoles. Todos estaban en penumbra, menos Calpe y Regües, a quienes enfocaban todas las luces. Fue antes de los fastos del ascenso de 2004. Luego tuvimos la presentación en el Ateneu Marítim del libro conmemorativo que escribimos a cuatro manos Josep Vicent Miralles y servidor, con la presencia de Manolo Preciado, de los cracks de 2004 y de muchos de los mitos del 63. Con ocasión de aquella obra, entrevisté a Calpe por primera vez y quedé prendado. Tuvimos una afectuosa relación desde entonces, que arreció con la investigación de la Historia del Llevant UD. Calpe devinó entonces decisivo para comprender los primeros 60 en blaugrana, esa tierra de promisión entorno al ascenso del 63. Nos lo contó en su casa de J. J. Dòmine, sentados en unos butacones con orejeras, con el perfil de la torre del Grau al fondo, recortado sobre el mar. Tenía la casa atiborrada de libros y un cuadro del Che Guevara en lugar preferente. Los cajones rebosaban de fotos y recuerdos. En su generosidad y su humildad, no estoy seguro que fuera, ni entonces ni ahora, consciente de su dimensión futbolística y humana, como mito del Llevant y, también, como unos de los puntales del Madrid yé-yé.

Durante años he sentido -y siento- la íntima satisfacción de haber tenido la oportunidad de tratar personalmente a Toni Calpe y el honor de que acudiera a muchos de los actos librescos en que yo estuve implicado. A menudo iba junto a Aníbal Giménez, amigo de ambos y otro gran tipo, tristemente fallecido. Una de las últimas veces que vi a Calpe me confesó, como quien no quiere la cosa, que le había encantado mi novela El cas Forlati, que yo no tenía ni idea que había leído. Permítanme el acceso de vanidad, pero guardo aquella apreciación suya como oro en paño.

José Luis García Nieves y yo publicamos un amplio dossier sobre Calpe en la Historia del Llevant UD. He preferido no hojearlo porque quería evitar la tentación de aturdir al lector con un alud de información. Para quien quiera saber más, en aquellas páginas encontrará la memoria escrita del irrepetible Paul Newman del levantinismo. Allí se explica también como Paco Gandia impidió, in extremis, que Calpe acabara en el Valencia. Entonces, como hoy, en el Llevant al futbolista de la casa no se le valoraba hasta que otro club venía a por él.

Está pendiente el gran homenaje que el Llevant UD debe a su gran mito vivo. Es el momento. Justo ahora. A principio de temporada. No hablo de montar algo por compromiso, para salir del paso, sino de un gran homenaje, que surga del corazón del levantinismo y que permita a las futuras generaciones conocer la dimensión de uno de los más grandes que ha transitado nuestro largo siglo de historia.

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