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Opinión

Operación Antic Mestalla

Operación Antic Mestalla

Después de estrenar el Wanda, con nombre recibido de un ricachón remoto que ni apareció en el día de lucimiento por sospechas internas, la afición del Atlético se dividía entre quienes consideraban que era un gran paso para la humanidad colchonera, un avance definitivo (como si los últimos éxitos del club, un verdadero progreso, no hubieran tenido lugar en un estadio vetusto) y entre quienes veían en el cambio un retroceso para la sólida personalidad del club.

En el valencianismo, adictos como somos a imaginarnos en otros (ayer el el Borussia, hoy el Atlético, mañana el Mónaco), también se creó una división entre los que babeaban por el estreno del Wanda constatando cómo ellos en menos tiempo habían logrado aquello en lo que nosotros hemos sucumbido, frente a quienes por el contrario creen que no hay tanta celebración en abandonar tu casa eterna ante las promesas prodigiosas de un progreso en technicolor.

A favor de esos últimos. Puede que sea un ramalazo ludita el ir en contra de la evolución de las máquinas, pero ante esta gentrificación de estadios, todos iguales (al menos el del Athletic tiene lucecitas, el del Atlético parece un tanatorio, le escuché al rojiblanco Rubén Amón), todos tan asépticos, tan impolutos€ no sé muy bien dónde está el avance más allá de enjuagar las cuentas con un transacción inmobiliaria.

Seguro que hace muchas décadas brotaba un pensamiento similar. Pero no se trata de ir en contra del futuro (que oye, igual€) sino de ir a favor de la diferenciación. Cuando la mayoría de estadios legendarios han virado en modernas instalaciones todavía vacías de componente emocional, parece una buena estrategia conservar el alma del fútbol de siempre, proyectarse como un guardián de la tradición. Anfield, Old Trafford, Mestalla€

Ser el estadio más antiguo de la Liga, no poder marcharse por el fracaso colectivo del Antic Nou Mestalla, brinda la oportunidad de atrincherarse en la personalidad propia en lugar de mirar a los demás con el complejo colgando. Todas las imperfecciones de Mestalla, su verticalidad, su visera, su centralidad urbana, lo hacen definitivamente especial.

Amadeo Salvo lo mandó pintar y fue un primer gesto para sospechar que el viejo estadio, qué remedio, tenía más futuro del que pensábamos. En lugar de parapetarse en el destarifo de la Avenida Cortes Valenciana, ya va siendo hora de consolidar la casa de Avenida de Suecia como un reclamo distintivo. Siempre a punto de que lo derriben por ley, siempre a punto de la sentencia, siempre a punto para sobrevivir otra década más.

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