El futbolista del Villarreal Rubén Semedo entró ayer en la prisión de Picassent y nadie sabe contestar ahora a la pregunta de cuándo volverá a pisar la calle. La juez del Juzgado número 6 de Llíria decidió enviar al jugador a la cárcel, de forma preventiva y sin fianza, por la gravedad de los delitos de los que se le acusa. A la espera de que se dicte la fecha de la vista oral, su futuro está ligado a la cárcel por un largo tiempo. Es un peligro público, considera la juez, que le imputa delitos de homicidio en grado de tentativa, lesiones, amenazas, detención ilegal, tenencia ilícita de armas y robo con violencia. Una retahíla de acusaciones que pueden acarrearle una petición de cárcel de hasta 32 años.

Semedo, de 23 años, fue detenido el pasado martes después de participar, el 12 de febrero pasado, con otras dos personas, supuestamente, en la retención de un hombre al que agredieron con un bate de béisbol, le amenazaron con una pistola, le quitaron las llaves de su piso para entrar en la vivienda y apropiarse de dinero y objetos de valor. Desde ese día, el jugador portugués había permanecido en las dependencias de la comandancia de la Guardia Civil en Patraix (València), desde donde fue trasladado ayer al juzgado para prestar declaración.

Esposado, con la capucha del chándal sobre su cabeza, el jugador de origen caboverdiano, salía de la parte trasera de un coche patrulla de la Guardia Civil para entrar en el Juzgado número 6 de Llíria. Casi 3 horas pasaron hasta que se personaron los tres abogados del futbolista, uno venido expresamente desde Portugal. Y otras 3 horas después, abandonaban las dependencias sin hacer ninguna declaración. Eran las 14:06 horas cuando salió Semedo, de la misma forma que había entrado, para ocupar el mismo asiento del coche que a su llegada. Destino: el centro penitenciario de preventivos de Picassent. Los dos amigos del jugador que esperaban la salida del futbolista, camuflados entre la clientela de un bar y la maraña de periodistas, con la oreja pegada para obtener cualquier atisbo de información, perdían toda su esperanza de que saliese libre. La aparición del agente del futbolista, Catio Balde, resultó más misteriosa. Se presentó en el interior de un taxi en las puertas del juzgado y, al comprobar tanta expectación mediática, ordenó al taxista que pasara de largo. No se le volvió a ver por allí, donde los clientes del bar Can Toni, la mayoría jubilados, hacían sus apuestas sobre la decisión de la juez. El periódico del bar situado frente al juzgado, un ejemplar de Levante-EMV, se rifaba por las mesas como un tesoro. La página 49, la que informaba con detalle de la investigación, recogió las huellas dactilares de todos y cada uno de los que almorzaron en el local. Una costumbre en la prensa escrita de toda la vida.

El arma incautada, del calibre 9 milímetros corto, fue encontrada por la Guardia Civil en el chalé del futbolista, en Bétera, donde se inició la truculenta historia. Con el arma, Semedo amenazó supuestamente a la persona que retuvo durante 5 horas en el garaje, le golpeó con un bate de béisbol y le amenazó con cortarle un dedo y con matarle, según declaró el denunciante. Posteriormente, el jugador y sus dos cómplices, uno de ellos primo hermano suyo, lo llevaron hasta su domicilio, en València, para recuperar los 5.000 euros que le debía. En un descuido, como adelantó Levante-EMV, el captor huyó corriendo por la zona de Blasco Ibáñez. El central del Villarreal disparó con su arma, sin alcanzar a la víctima. La pistola, que está siendo analizada por los especialistas en Balística, tiene borrado el número de serie, por lo que fue adquirida en el mercado negro. Todo muy tenebroso.