Y o a un capitán le pido que hable poco y que corra mucho. Uno de mis mayores temores es no saber envejecer. Durante algunos años la vida es fácil, porque tú haces las preguntas pero nadie te pide respuestas. Uno siente que sube en la ola de lo nuevo, en un desafío natural a lo establecido, y no lo piensas mucho pero sabes que formas parte de algo, algo destartalado quizá pero auténtico, algo generacional y espontáneo donde nada importa demasiado y nadie tiene que explicarte nada porque lo que cuentas es justo lo que estás viviendo. Pero ese impulso propio y colectivo luego se acaba, y la dificultad crece cuando toca empatizar con lo que no has mamado, y analizar a los que no son los tuyos. Uno pierde cierto contacto: cómo no voy a comprender el arte que han creado aquellos que han crecido con mis mismas referencias y circunstancias, cómo no voy a ser capaz de explicar el contexto emocional de aquellos futbolistas que conozco desde que eran niños; pero temo envejecer y ser incapaz de interpretar los matices y entender a los chavales. No hay nada peor que un entrenador sobrepasado por los nuevos tiempos. No hay nada peor que un gurú que se encastilla en su verdad porque se tambalea frente a las otras. No sé cuántos años me quedan. No hay nada más difícil que saber retirarse a tiempo.

?Cuando las cosas eran fáciles había que inventarse retos. Yo alguna vez deseé en silencio que me dejara alguna novia para entender mejor las letras de las canciones. Quería sufrir un poquito: era gilipollas y no lo sabía. Ahora al menos lo sé. Había que inventarse retos y cuanto más absurdos mejor. Durante años caminé por la calle dándole siempre patadas a algo. Por lo general era una cajetilla vacía de tabaco, a poder ser de cartón y no de plástico. Pateando un paquete de Marlboro atravesaba calles y calles, manzanas y manzanas, siempre alerta en semáforos y pasos de cebra, puntos de riesgo, sorteando peatones y capeando las broncas para desespero de mis padres. Solía imaginar que de mi destreza en la conducción de la cajetilla dependía el resultado de mi equipo en el fin de semana. Había que darlo todo, y cómo sería de pesado con el tema, cuán obsesiva era esta tontería, que mis padres llegaron a decirme que los terroristas metían cigarrillos con dinamita que explotaban al tiempo de la patada. Ahí me hicieron dudar y empezó el desenganche. También al comprobar que mi equipo seguía perdiendo cada semana.

Era gilipollas y no lo sabía, pero al menos no era el único. De vez en cuando te cruzabas con otro niño igual y de alguna manera te reconfortaba, ya te caía bien. Ojalá crear ahora con todos ellos un club de caminatas y atravesar valles y valles, montañas y montañas, pateando paquetes vacíos, sorteando el peligro del tabaco, pero no el del cáncer de pulmón por fumar, sino el del atropellamiento al regresar en un cruce porque la cajetilla se ha quedado rezagada por un golpeo equivocado. Un club de pateadores de paquetes vacíos de tabaco dando la vuelta al mundo en silencio por los viejos y buenos tiempos. Un club para aquellos que seguimos acelerando el paso cuando una pelota se escapa de un partidillo en una plaza, y viene hacia nosotros. Un club para aquellos que sabemos que el día que no devolvamos con emoción esa pelota estaremos muertos por dentro.

?Un capitán que corra es mejor que uno que hable demasiado. Los discursos intensitos para las películas, para los jefes de los boy scouts, para los realities tóxicos de la tele, para los supervisores del personal de verano en el parque de atracciones. Correr no es solo correr, se entiende: correr es pedirla cuando quema, correr es poner la cara cuando vienen hostias, correr es predicar con el ejemplo.

La vida ya no es fácil y ahora no fantaseo con experimentar un poco de sufrimiento. Al contrario: cuando llega marzo, vuelve el calor y veo lo que queda por delante, lo que queda por decidirse, deseo incluso quedarme en coma o algo así y despertar justo después del último partido de la temporada, y que me digan que ya está, que ya pasó y que todo perfecto, que me esperan para celebrarlo y qué cabrón, Ballester, cuántos nervios y cuántas taquicardias te has ahorrado, y cuánta salud y cuántos años de vida has ganado.