Tres mil aficionados visitantes rugen en la grada de Gol. Es 11 de marzo y el Ciutat de València acoge el duelo de colíderes de Tercera División. El filial del Levante se adelanta en la primera parte, y es mejor, pero el Castellón araña tras el descanso un empate que le permite depender de sí mismo para ser campeón. Los orelluts persiguen un ascenso que les devuelva a Segunda División B, una categoría que perdieron por impagos en 2011. Esta es la séptima temporada consecutiva en Tercera, que en realidad es Cuarta. Nunca había estado tan abajo el Castellón en sus casi 96 años de historia, y nunca había tenido tantos abonados como ahora: 12.371. Es la feliz paradoja albinegra: el peor momento deportivo ha alumbrado el mejor momento social. Un movimiento de época.

El actual estado de las cosas se ha forjado en la adversidad. En 2005 se festejó el último ascenso al fútbol profesional. El día siguiente se anunció la venta del club a un grupo encabezado por el agente de futbolistas José Manuel García Osuna y el ejecutivo Antonio Blasco, ex de Elche y Levante. Ambos están ahora investigados en el marco del caso Castellnou, iniciado por la denuncia de Sentimiento Albinegro, la asociación de pequeños accionistas, y que acumula casi seis años de instrucción, por presuntos delitos societarios y administración desleal. El periodo Castellnou desembocó en el descenso administrativo de 2011. El club entró en un túnel de impagos, penurias y mentiras.

Con la inestabilidad por bandera, el Castellón ha intentado en vano salir de Tercera. Ha estado cerca, habitual en el play-off. En 2013 lo eliminó el filial del Córdoba con un penalti en la prórroga. En 2015 fue campeón, pero cayó primero ante el Linares y después en la tanda contra el Haro. En 2016 perfeccionó el drama: llegó a la última eliminatoria contra el Gavà, remontó dos goles de desventaja y tuvo un penalti para subir en la tanda definitiva. Lo falló y terminó perdiendo. En 2017, en otro año de broncas e impagos, el final fue igual de cruel. La Peña Sport de Tafalla colgó al área la última falta. Era el minuto 95 y el futbolista más bajito del campo recogió la pelota para marcar. Ni siquiera se sacó de centro: en la grada de sol del estadio navarro no se veía llorar; en la grada de sol del estadio navarro se oía llorar. Un chaval se acercó entonces al capitán Jordi Marenyà: «Jordi, l´any que ve estarem ací, tu i jo i tots», le dijo.

Y Jordi, él y unos cuantos más están aquí otro año. La eliminación en Tafalla fue la puntilla para el polémico presidente David Cruz, que cedió el puesto a una dirigencia liderada por los futbolistas Pablo Hernández y Ángel Dealbert. Pablo sigue jugando en el Leeds, y el veterano Dealbert se viste de corto con el Castellón cada semana. El presidente es el empresario local Vicente Montesinos y en el consejo destaca la figura del exvalencianista Jordi Bruixola. El club lanzó una ambiciosa campaña de abonados y la afición respondió. En julio había 8.000 socios. En agosto, 9.000. En octubre regaló el 10.000 a Vicente del Bosque, exfutbolista orellut, y al 10.001 a Juan Bautista Planelles, mitos de la única final de Copa. La marea no ha dejado de crecer, exprimida en diferentes promociones y convenios. A día de hoy el club tiene 12.734 abonados y ha superado el récord absoluto en Tercera, que custodiaba con 12.700 el Real Oviedo. El récord particular ya estaba conseguido: nunca, ni en Primera ni en Segunda, ni en el siglo XX ni en el XXI, el Castellón tuvo tantos socios ni tanta afición como ahora.

El consejo ha potenciado el relato que espontáneamente surgió en los años de plomo de Tercera. Ser del Castellón no es una cuestión de perspectiva de éxito sino de sentimiento de pertenencia. El club ha encontrado en lo identitario un potente hecho distintivo.

Deudas

El músculo en la grada no esconde que todavía queda mucho por hacer, y no solo en materia deportiva, con el equipo líder. El Castellón maneja una deuda de cinco millones de euros. El nuevo consejo suscribió una ampliación de capital inferior al medio millón que sirve para ir tirando. Al problema financiero se añade la maraña judicial, con diferentes frentes aún abiertos. José Cano Coloma, herencia del pasado, sigue en el consejo, y el club recientemente decidió no adherirse a la denuncia contra el anterior presidente. Diversos sectores reclaman una mayor transparencia. La relación es tirante con la alcaldesa de la ciudad, Amparo Marco.