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Tolerancia cero

Tolerancia cero

El típico que dice «a Diego Costa le tiras un ladrillo y te devuelve una pared». Oye, no. A Diego Costa le tiras un ladrillo, le abres la cabeza y lo dejas 'moñeco', hijo de puta. No tiréis ladrillos a las personas, y tampoco a Diego Costa.

Tampoco insultéis. Está feo, en el fútbol, un padre mentando madres de árbitros y asistentes, un padre cagándose en todo delante de sus hijos, está feo, que luego mi hija hace preguntas, como cuando cruzáis el semáforo en rojo porque no viene nadie y yo me quedo ahí clavado y sin argumentos. No insultéis salvo que seáis argentinos, que lo hacéis tan bien y tan exagerado que es imposible tomárselo en serio. Juro no volver a afirmar que los amistosos de selecciones no sirven para nada. Hubo un momento en el España-Argentina de la semana pasada que celebraba los goles no por el resultado, que me daba igual, sino por los insultos que generarían en las redes sociales. La única manera de que preste atención a un partido de Argentina es que que vayan poniendo en la pantalla los tuits con los mejores insultos de sus aficionados. Ya pueden cerrar Twitter: ahora obligo a mi hija a llamarme 'cementerio de canelones', y me gusta estar gordo, a lo Higuaín, que diréis lo que queráis del pobre Higuaín, pero al menos no tiene pinta de runner; deseo que alguien me la juegue para llamarle 'termotanque de sida' y cuento los días que faltan para ser calvo como Sampaoli y autodenominarme 'flequillo de carne', 'tobogán de piojos', 'cabeza de rodilla' o 'cabeza de desodorante a bolilla'.

Ganar 6-1 a Argentina a escasos meses de la Copa del Mundo equivale a no pasar la fase de grupos, pero qué importa, con lo que nos reímos. Como mucho llegaremos a cuartos y nos eliminará Messi, que ya es mala suerte, que el único objetivo del partido debía ser no enfadar a Messi, y va y Messi lo ve todo desde el palco, tomando nota mental, rumiando la consecuente venganza. Estas risas nos saldrán caras, lo sabemos todos, como cuando guiñabas el ojo al lateral de turno si le tirabas un caño demasiado pronto, como cuando preguntas por WhatsApp a tu novia si después de trabajar puedes salir un rato y te dice 'haz lo que quieras' y sales igual hasta las tantas. Estas risas nos saldrán caras pero mira, eso que llevamos por delante.

A los argentinos les insultaron por todo excepto por lo que yo les hubiese insultado. En los últimos minutos dieron un par de patadas feas y se recrearon en una tangana simplemente para que no les llamaran 'pechofrío'. Es esa una de las liturgias teatrales del fútbol que menos soporto, y ocurre también en finales apretados de veras. El futbolista que prefiere salvarse él antes que apurar la última opción de salvar a su equipo. El futbolista que pega una patada absurda a destiempo y en el descuento, una patada que el rival aprovecha para que no haya una última oportunidad de marcar un gol improbable y salvador, pero una patada que le sirve para que los hinchas, unas veces tan sabios y otras tan ciegos, lo aparten luego de la quema, digan que al menos ese tuvo carácter o algún valor etéreo y demagogo del estilo, para que comenten que por lo menos ese tiene sangre y no horchata en las venas. Con mentirosos así, siempre tolerancia cero: a la calle inmediatamente.

Hubo otro momento del partido, entre gol va y gol viene, de tal euforia que solo faltaba un desmayo de Lopetegui. Cuando Argentina nos elimine del Mundial, Messi mediante, lo bueno será que podremos decir que no es la primera vez que vemos caer a Lopetegui. [Se desmayó durante un programa en La Sexta, en 2006 y en directo, que lo tengo que explicar todo. Durante un tiempo, cuando salíamos de fiesta y ya no nos teníamos en pie, mis amigos solían decir 'me va a dar un Lopetegui'. Por desgracia no recuerdo que cumplieran el pronóstico]

Es innegable que el fútbol a veces saca lo mejor de cada uno de nosotros. No siempre: hace unas semanas, unos hinchas del Deportivo de la Coruña fueron a casa de Lucas Pérez, el delantero que no marca, y decoraron con insultos las fachadas del edificio y la puerta de acceso al aparcamiento subterráneo. Al poco, un vecino colgó un cartel de escueto y certero lema: «Lucas ya no vive aquí, gilipollas».

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